Quienes somos o hemos sido periodistas sabemos o deberíamos saber
que disfrutamos de un privilegio muy especial, un privilegio que no es otro que
el de ser testigos, ser público, de acontecimientos y espectáculos sin ser
percibidos, mucho menos contabilizados, como partidarios o entusiastas. Fue
gracias a esa circunstancia como pude asistir a uno o dos, de los desfiles de
la "fiesta nacional", e, incluso, en una de esas recepciones "en
palacio", en las que tradicionalmente se juega a que los periodistas
preguntamos y los políticos nos contestan, sin cámaras ni micrófonos, lo que
obliga a los interrogadores a consensuar las respuestas.
Recuerdo que aquel día nadie me advirtió o yo no fui
consciente de que iba a entrar en ese palacio junto al que había jugado algún
domingo de niño, en los hermosos jardines de Sabatini. Así que me presenté en
aquella recepción tal y como he escuchado esta mañana a Manuel Jabois que se presentó
él, de paisano. No sé cuál fue su indumentaria, sí recuerdo que la mía
consistía en unos pantalones vaqueros y una camisa floreada, de esas que
acostumbraba a llevar por aquel entonces. Y, también, como él, recuerdo de
aquel día lo mullido de las alfombras, lo difícil que es caminar sobre ellas y
la sensación, acrecentada desde entonces, de que no debía fiarme de quien
camina a mi lado sin hacer ruido.
No sabría decir en qué año ocurrió. Sí recuerdo a Felipe
González en la recepción, ejerciendo aún de presidente y a un José María Aznar
que, ya entonces, concitaba más interés que el hoy jarrón chino, entonces como
siempre desganado socarrón y un tanto distante. Lo cierto es que, a pesar de
los malos augurios durante la parada en la plaza de armas del palacio, nadie
puso peros a mi "indumentaria" t que, aunque, con mis flores, me
sentí un poco extravagante y fuera de lugar, todo transcurrió a las mil
maravillas.
Tampoco recuerdo cuál fue la frase enigmática de aquel año,
porque cada año hay en esas recepciones una frase enigmática, pronunciada por
alguno de los asistentes en cualquier corrillo de los que los políticos forman
con la prensa, corrillos en los que las más de las veces se deja caer una bomba
de mano para, desde lejos, ver como estalla en titulares al día siguiente. No
recuerdo cuál fue la de entonces, pero, sin haber estado allí, estoy seguro de
que la frase de ayer fue la que "soltó" el muy barón García Paje
sobre su ex secretario general, augurándole informaciones peligrosas, un dato
que, aún en nebulosa, vendría a conformar la teoría cada vez más extendida de
que, en la crisis que ha acabado con el PSOE que habían elegido los militantes,
hay actores ocultos con buena información que, sin ser periodistas, han hecho
su profesión de recopilarla y administrarla. Habrá que esperar para ver el
fogonazo, pero me temo que, sea lo que sea, les es más útil a los ya aludidos
como garantía del silencio o la docilidad de Sánchez.
Eso en cuanto a la fiesta. En cuanto al desfile, triste y
deslucido, bajo la lluvia impenitente de ayer en Madrid y pobre de público como
pocos, apenas acudieron los entusiastas de siempre, familiares y amigos de los
soldados que desfilaban, fue un poco como todos, una exhibición de símbolos
que, al final, no son los símbolos de todos, lleno de escombros del nacional
catolicismo y convertido en un terrible recordatorio de dolor y muerte. Tanto,
que sigo sin explicarme por qué, más ahora, en época de crisis, pero para
siempre, no se reduce, si es que realmente hay que mezclar uniformes y fiesta,
no se reduce a un acto mucho más barato, más sencillo y sin público.
Del otro desfile, del de autoridades, me quedo con la imagen
del pobre Antonio Hernando, el encargado de comerse el marrón de defender la
abstención que, como en una metáfora, tuvo que presenciar la parada entre los
portavoces del PP y Ciudadanos que, más que protegerle bajo sus paraguas, los
escurrían sobre él.
En fin, fiestas y desfiles... para los de siempre.
1 comentario:
Gran reflexión...
Publicar un comentario