Si algo me fascina de la fascinación que muchos, demasiados,
votantes estadounidenses sienten por Donald Trump es la evidencia de que su
ídolo les insulta, les desprecia y les roba, apropiándose, de la parte de las
ganancias de sus negocios que debería acabar contribuyendo al bien común a
través de los impuestos. Si algo me fascina de esta relación sadomasoquista,
este amor de "portero de noche" entre víctimas y verdugo, que lleva a
quienes una y otra vez son despreciados por Trump a elegirle, abrigando quizá
la esperanza de llegar a ser como él alguna vez o proyectando sobre esa figura
tan despreciable sus no pocas frustraciones.
No menos me sorprende escuchar a algún que otro periodista
que se tiene por entendido en todo lo que tenga que ver con los Estados Unidos
y atribuye su "ciencia" a sus largas estancias en Miami, como si
cualquier extranjero, por haber vivido en Marbella, se sintiese con derecho a
interpretar el laberinto de la política española.
Y, sin embargo, los hay. Sin embargo, hay quien con la boca
pequeña o con sus silencios justifica a quien se convertiría en un peligro,
peor aún que lo fue el segundo de los Bush, para la estabilidad de la ya de por
sí inestable paz mundial. Hay quien, cuando le piden opinión sobre Trump, se
refugia en las críticas y el desprecio al origen "aristocrático" de
Hilary Clinton o, incluso, a su cualificación", tan distinta del gañán
millonario y sin escrúpulos que es Donald Trump, para no mostrarnos el egoísta
conservador que llevan dentro.
Con Trump pasa en los Estados Unidos lo que aquí con el PP.
Son demasiados quienes, para no tener que retratarse, escurren el bulto de su
egoísmo insolidario y justifican con su silencio cómplice todas las tropelías
cometidas aquí por el partido en el gobierno. Son demasiados quienes critican
los más que criticables ERE irregulares de Andalucía, porque, hacerlo, allana
el camino al partido que cree el suyo. Con Trump ocurre en Estados Unidos
ocurre lo que aquí en España, donde hay demasiada gente que vota al PP, pero
disfruta de la libertad que han traído otros, hay demasiada gente que nunca va
a misa, pero se casa ante el altar, pero bautiza a sus hijos, Demasiada gente,
en fin, que esconde la mano cuando tira la piedra.
La desgracia, el mal de este siglo, es que Trump y el PP se
parecen en exceso a ese modelo de país que los estadounidenses y los españoles
creen que son Estados Unidos o España, un modelo que ha crecido porque nadie,
ni los Clinton ni el PSOE cuando estaba en el poder se han esforzado en
cambiar. Un país acaba siendo tan garrulo como sus gobernantes o sus medios de
comunicación quieren que lo sea. Y, por desgracias, demasiado a menudo lo
quieres garrulo.
Donald Trump es un tipejo zafio con instinto suficiente como
para identificar en cada escenario los fantasmas y los enemigos de su audiencia
y construir con ellos el eslogan con el que ganárselos. El candidato
republicano es poco más que un matón lleno de suficiencia que ya no escucha a
nadie y que, si algo o alguien no lo remedia, puede acabar en la Casa Blanca.
El PP, lleno de Ratos, demasiados Trillos, Fabras y
Florianos, tiene mucho de Trump y, entre sus votantes, hay mucha gente a la que
le gustaría una tarjeta black con la que irse "de putas" o
"ponerse hasta el culo" de los manjares y las copas que nunca pagaría
con su dinero. El PP, como Trump, vive de la incultura y el egoísmo de
demasiados españoles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario