Un día más me veo obligado a repetir aquello que decía
Santiago Carrillo a propósito de Alberto Ruiz Gallardón, pero que les encaja
como un guante a cualquiera de los muchos dirigentes de la derecha que, con
unas cuantas frases, un par de gestos y una vestimenta más o menos informal,
pretenden hacerse pasar por progresistas, "no conozco en el PP a nadie que
no sea del PP". Pues bien, yo, a la sabia deducción de don Santiago,
añadiría esta advertencia: ojo con quienes desde el PP pretenden hacerse pasar
por "progres", porque esos son los peores.
Cristina Cifuentes. presidenta de la Comunidad de Madrid, es
uno de esos personajes. Escondida tras su fama de rebelde y republicana, su
aparente simpatía y si saco de buenas palabras, esta señora fue el recambio
elegido por Mariano Rajoy para desalojar a la saga que Esperanza Aguirre había
instaurado en el gobierno y el partido en Madrid. Todo muy bonito, muy moderno,
todo menos rancio que con la condesa, todo acorde con la necesidad de aparentar
que se cerraba una etapa muy negra de la historia madrileña, pero todo falso y
provisional, porque no ha tardado en caerse la capa de pintura con que se
enlucieron las viejas estructuras, para comprobar que, efectivamente, la señora
Cifuenets es la misma que estuvo al frente de la Delegación del Gobierno en
Madrid, la que autorizaba y prohibía marchas y concentraciones, la que tenía a
sus órdenes a las fuerzas policiales, la que no combatió sus excesos y la que
impuso multas disparatadas a personas identificadas las más de las veces al
azar, siguiendo una estrategia que perseguía asustar a la gente para
desmovilizar a quienes protestaban contra los recortes con que su partido
estaba sacando a España del siglo XXI.
Pero, como es sabido, no se puede engañar a todo el mundo
todo el tiempo y los fuegos artificiales de Cristina Cifuentes se están
quedando en el humo que son apenas y raro es el día en que los anuncios de sus
presuntos logros no son desmontados por la contumaz realidad que la desmiente,
porque ni son proyectos suyos las viviendas sociales que dice haber construido,
ni se han creado plazas escolares reales, ni han adelgazado las listas de
espera sanitaria ni se crean los puestos de trabajo de que tanto presume,
porque esos mal llamados puestos de trabajo no son más que contratos indecentes
que niegan el futuro a quienes se ven obligados afirmarlo. En fin, humo
maloliente y triste.
Quizá por eso, ayer se vio siguiendo los pasos de su odiada
Esperanza Aguirre fabricando un leviatán un enemigo, al que acusar de los males
de quienes, para nuestra desgracia, tenemos nuestro destino en sus manos. Y la
señora Cifuenets renunció a los desleales y codiciosos catalanes, para,
siguiendo la estela del ya casi olvidado Durán Lleida, acusando a los andaluces
poco menos que de mantenidos.
Vino a decir la presidenta que, de no ser porque los
madrileños ponemos tres mil millones de euros de nuestros impuestos para pagar
la sanidad y la educación de los andaluces otro gallo nos cantara, algo tan
falso y perverso como el personaje que lo dice.
Parece mentira que quienes tanto hablan de la unidad de
España, los que a cada momento se envuelven en la bandera tengan tan poco
respeto por los españoles, por TODOS los españoles. A la presidenta se le
olvida lo que cuesta y quien paga Barajas, lo que han costado las cercanías o
las carreteras y autopistas. También se le olvida que, si Madrid recauda más,
es porque la mayoría de las grandes empresas tienen su sede y cotizan en Madrid
y que, si hay más puestos de trabajo, es porque aquí están los ministerios y la
mayoría de las sedes de los organismos públicos nacionales e internacionales.
Pero no, eso se le olvida. Prefiere caer en el vicio de
pensar en los andaluces como en mantenidos, quizá porque la idea que tiene de
Andalucía es la que se hace desde una toalla o una hamaca en una playa de Punta
Umbría. Una idea equivocada, en absoluto tan real como la que, afortunadamente,
los mantenidos andaluces y el resto de españoles se están haciendo de
ella.
1 comentario:
Excelente. Habría que proponer la descentralización del ejecutivo. Enviar los ministerios a las comunidades y reducir impuestos a las empresas que instalen sus centrales fuera de Madrid.
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