Qué ganas tengo de que pase el jueves y, con él, esta enorme
penitencia que estamos padeciendo millones de ciudadanos, catalanes o no, independentistas
o no, interesados por la política o no, que nos vemos obligados cada día a
escuchar lo que unos y otros se dicen en esta tediosa campaña que lo único que
tiene de bueno es que acaba mañana, en el caso de Esquerra a las puertas de la
prisión de Estremera, en medio de la nada y, supongo, que con temperaturas bajo
cero, para las que les vendrán que ni pintadas esas horrendas bufandas
amarillas de las que han hecho su marca electoral.
Van a necesitar las bufandas quienes acudan a dar
su apoyo y su voto a Junqueras quien, después de semanas de cárcel, no ha
dudado en marcar distancias con Carles Puigdemont, esas diferencias que siempre
hubo en privado y que, ahora, no ha dudado en expresar ante el teléfono de una
cadena de radio catalana. Hoy o cuando quiera que se grabase la entrevista, Junqueras
ha dejado claro que el sí asume la responsabilidad de sus actos, como dando a
entender que Puigdemont, quitándose de en medio, no lo ha hecho. Y le entiendo,
porque, por bueno y abundante que sea el rancho de la prisión, por amables que
sean sus funcionarios y el resto de reclusos, debe sublevar verse allí dentro,
mientras su compañero de aventuras se pasea por las calles de Bruselas, habla
con la prensa cuantas veces quiere y se permite enviar regularmente sus
"clips" a los mítines de su partido.
Por lo demás, aburrimiento, mucho aburrimiento. Todo ese
aburrimiento que produce lo ya visto, más, cuando lo que se dice ni es nuevo ni
es interesante. Todo porque los políticos españoles se han acostumbrado a
trabajar lo justo, hablar para esa fracción de minuto que por ley les dan en
los telediarios, a soltar e discurso de marras en distintos escenarios con
distintos públicos, a veces limitado a los necesarios para llenar el cuadro de
la cámara, y, todo lo más, a atender a la prensa que les trae las nuevas de sus
rivales o de asuntos trascendentales, sobre los que, quieran o no, sepan o no,
se ven obligados a dar una opinión,
Por todo lo anterior, la sal y la pimienta de las campañas
las ponen los artistas invitados, todos esos compañeros de partido, los de
gobierno. que, en otros escenarios, sin la tensión, o quién sabe si el tedio,
de estar en campaña, se salen del guion y colocan un mensaje distinto, no
siempre medido, que, como el de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría,
convenientemente tergiversado y exagerado, pasa a ser argumento en la campaña,
permitiendo a los ya fatigados candidatos, añadir un párrafo, apenas unas
líneas a su discurso, para, con ese tono de voz in crescendo que emplean los
oradores, provocar el rugido de la audiencia, como si a cualquier fiera
enjaulada se le hunde un palo en las costillas.
Nadie parece haberse parado a pensar que lo que dijo la
señorita Rotenmeyer del gobierno, doña Soraya, era absolutamente cierto.
Porque, en efecto, Rajoy descabezó a los independentistas, pero no mandándolos
a la cárcel o a ese aburrido "exilio" de Bruselas, que eso lo han
hecho los jueces o los mismos "exiliados" con su huida. Lo que dijo
la vicepresidenta hacía referencia a su cese, producido en aplicación del
maldito 155, que les aparto del poder ejecutivo y todas sus ventajas. Y, a
pasar de que fue eso y no otra cosa lo que dijo, ya nadie puede apear a los
soberanistas de ese discurso de la no separación de poderes, con anuncio de
querella contra Sáenz de Santamaría incluido, querella que, espero, no acaben
materializando, para no hacer una vez más el ridículo.
Del mismo modo, al candidato de los socialistas catalanes,
Miquel Iceta, le han llovido también de todos los colores por haber sacado en
campaña el asunto del indulto, que el no propuso conceder, porque es claro que
no puede hacerlo, puesto que es potestad del gobierno. Únicamente se limitó a
decir que, si son condenados -estamos hablando de largos meses, si no años-.
apoyaría la petición para indultarles.
En fin, está claro que, si los partidos no respetan sus
promesas, a viva voz o por escrito, cómo iban a respetar la veracidad de lo que
se atribuye a otros candidatos, especialmente si les viene bien que lo
hayan dicho para, con la crítica feroz por su parte, enardecer a un auditorio.,
Por eso, por todo eso, me aburren y no sabéis cómo.