Reconozco que soy de los que pensaban que la realidad del
poder acabaría moderando, atemperando, los exabruptos y delirios del gran
histrión que han elegido, aunque no todos, a las claras está, los
norteamericanos. Ahora, apenas una semana después de su toma de posesión he de
admitir que estaba equivocado, porque, todo lo contrario, ha sido Trump quien
ha vuelto más zafia, más torpe y vulgar, la imagen de la Casa Blanca ante el
mundo, pero también ante los mismos norteamericanos.
Siempre he dicho que nada hay más peligroso que un hortera o
un loco con poder, y éste aúna ambos horrores, porque siempre hará sin pensarlo
lo primero que se le ocurra. Y. por desgracia, ese niño mal criado que es
Trump, no sólo ha introducido su mal gusto y sus horribles cortinas doradas en
la Casa Blanca, incluido el sacrosanto despacho oval, no sólo ha sustituido con
sus torpes andares y su zafia verborrea y su estridente familia la elegancia de
los Obama. No, además ha estampado su narcisista rúbrica, más propia de un grafiti
de quinceañero que de un hombre de Estado, al pie del decreto que ha cerrado las
puertas de su los Estados Unidos, un país que hicieron grande los desheredados
de la Tierra, quienes huían de las persecuciones, el hambre y las guerras, a
quienes huyen hoy de guerras y hambrunas, en las que quienes vivimos en el
opulento primer mundo tenemos, todos, gran parte de responsabilidad.
Afortunadamente. Estados Unidos es más grande que el tipejo
que la gobierna ahora y sus ciudadanos se echaron a las calles y ocuparon los
pasillos de los aeropuertos por los que ya no podrán entrar a la hermosa América,
para hacerla más grande de lo que podrán hacerla nunca todos esos paletos de
barriga cervecera y rifle al hombro que votaron a Trump y votarían al mismo
Hitler, si resucitase para aspirar a ocupar la Casa Blanca.
Pero, además, el sistema, ese sistema que Trump ha puenteado
y quiere poner patas arriba, se ha movilizado para parar los pies al gamberro
millonario que va camino de conseguir que su país vuelva a ser tan odiado o más
de lo que lo fue en tiempos de la injusta y criminal guerra del Vietnam. A las
pocas horas de que Trump estampase su horrible firma al pie del infame decreto,
una juez federal se encargó de paralizar temporalmente la norma que había
dejado a más de un centenar de refugiados con todos sus papeles en regla a las
puertas de su esperanza. Pero no sólo ella. Como ella, varios fiscales se
movilizaron para paralizar el decreto y políticos de su mismo partido que, nos
sólo critican la legalidad de medida, sino las consecuencias que tendrá en
países en los que, como en Irak, tropas norteamericanas permanecen
estacionadas, trabajando junto a aquellos a quienes se pretende prohibir la
entrada en los Estados Unidos.
Lo hace Trump, le critican en su país y en todo el mundo,
salvo la extrema derecha europea y otros que, como Mariano Rajoy, con su
silencio vergonzante otorgan su beneplácito a tan irresponsable personaje, y lo
defienden los personajillos que forman parte del staff del nuevo presidente y
que podrían muy bien pertenecer a la guardia de corps de ese otro tirano, Adolf
Hitler, paradigma del terror y la injusticia, para quien las vidas y haciendas
de quienes escogió como enemigos para justificar su ambición. carecieron de
valor hasta el final.
Podemos pensar en Trump como en el payaso que en realidad
es, pero, más que al gran dictador de Chaplin, se parece al Hitler de verdad
que, con su insensatez y la de sus seguidores, llevó al mundo a cinco años de
guerra y muerte, con millones y millones de víctimas. Y es que los dictadores,
por más payasos que nos parezcan, son ante todo eso: dictadores.
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