miércoles, 25 de enero de 2017

IMPUESTOS Y POBREZA


Maldigo la hora en que a quienes se llaman socialistas se les ocurrió aquella patraña de que bajar los impuestos también era de izquierdas, No sé exactamente por qué les dio por aquello. Probablemente fuera la resaca de una mala encuesta, probablemente otra resaca, ésta literal tras un banquete y unas copas con los dueños del país que, para nuestra desgracia, no son otros que esa cohorte de grandes empresarios nacidos al calor de las privatizaciones de los servicios esenciales, el agua, la luz y las telecomunicaciones, con la que algunos dirigentes del PSOE, que, aunque los había y los hay, no todos eran ricos de familia, pasaron a formar parte de la aristocracia del IBEX.
Eran los años en que, a falta de revólver para jugar a la ruleta rusa, los españoles, ebrios de opulencia, comenzaron a jugarse los ahorros en bolsa, hincándose de rodillas ante los dioses de la especulación, tiempos en los que el trabajo, el ahorro y el esfuerzo pasaron a ser el camino más largo y más difícil para ganarse la vida y el afán de los bancos no era otro que olisquear donde había cuentas más o menos saneadas para convencer a humildes trabajadores y tenderos para que comprasen acciones de aquí y de allá, las "matildes", por ejemplo, prometiéndoles una rentabilidad y un crecimiento de sus ahorros que, en la mayoría de los casos, nunca llegó a hacerse realidad.
Los españoles tardamos en enterarnos y con dolor de que, en la bolsa, como en casi todo, los peces grandes se alimentan de los boqueroncillos despistados que, incautos o asustados, compran caro y venden siempre barato, para regocijo de sus bolsillos.
Ahora, décadas después de que aquellos González, Solchaga o Solana, don Luis, profetas conversos del mercado nos engatusaron con aquello de hacernos ricios "deprisa deprisa" y bajar los impuestos.
Ellos abrieron la trampa en la que caímos casi todos, una trampa que la crisis y un gobierno cruel y sin conciencia se han encargado de cerrar sobre todos nosotros, que, bastante más tontos de lo que creemos, estamos pagando la fiesta de la que los florentinos, los villar mir, los amancios, los albertos o las koplovitz sacaron sus villas y sus yates.
Lo malo es que la naturaleza es equilibrio y el tiempo acaba poniendo todo en su lugar, lo malo es que ese equilibrio se restablece a base de bandazos, de terribles pendulazos, que, como los huracanes o los torrentes, acaban arrasando todo lo que creíamos sólido -gracias, Antonio- y, por desgracia, no lo era. Acabamos de comprobarlo en nuestras carnes. Estamos sufriendo una terrible ola de frío, como ni los más viejos recordaban, y una gran parte de los españoles no pueden encender sus calefacciones, porque no pueden pagarlas y, si no pueden hacerlo, es porque las implacables empresas del sector, adornadas en sus consejos con políticos que debieran defender a sus clientes, abusan sin piedad de una situación de oligopolio favorecida durante décadas por los gobiernos de la castra, no encuentro un término mejor para definirlos, que han legislado a medida para ellos.
Y no sólo eso, porque, al tiempo que tiritamos y dormimos entre mantas, nos enteramos de que las eléctricas han ganado treinta mil millones de euros en los últimos cinco años, todos y cada uno a nuestra costa, o de que un uno por ciento de los españoles tiene en sus manos el veinticinco por ciento de la riqueza total del país y que el diez por ciento lo que tiene es mas de la mitad de lo que nos correspondería a todos. Peor aún, nos enteramos de eso y sabemos que esos que acumulan la riqueza apenas pagan impuestos, porque unos y otros, otra vez la casta, han legislado para que fuera posible, haciendo creer a los incautos que bajarlos crea riqueza, olvidando y haciendo olvidar a quienes se beneficiarían de ello que, con los impuestos se evitarían los terribles desequilibrios de los que os hablo. O, al menos, se daría oportunidad y esperanza a los de abajo de salir del pozo en el que viven.
Va siendo hora de que lo empecemos a tener en cuenta, porque, si no, los Trump o algo peor, si es que posible que lo haya, comenzarán a extenderse y, con ellos, la reacción de quien no puede más y, sin esperanza, acabará por estallar un día.

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Una gran reflexión...