martes, 31 de enero de 2017

LECCIONES DE DEMOCRACIA


Si os preguntáis, estáis en vuestro derecho, por qué desde hace días vuelvo una y otra vez a la figura de Donald Trump y sus alrededores, os diré que es así porque esa figura estridente, zafia y maléfica me fascina y lo hace del mismo modo que lo hacen los abismos o lo harían de existir, de ser algo distinto al mundo que pretende Trump, las puertas del infierno. La misma fascinación, lo reconozco, que produjeron en mí Hugo Chávez, Maduro o Castro, envueltos en sus banderas.
Hoy, sin remedio, tengo que hablar de la desfachatez de Esperanza Aguirre, que, unida a esa inquina personal que siente por Manuela Carmena, la mujer respetuosa y serena que le arrebató la alcaldía de Madrid cuando ya la tocaba con la punta de los dedos, le lleva a defender lo indefendible, por más que intente disfrazar sus intenciones o sus palabras, porque Esperanza Aguirre, tan demócrata y tan lista ella, no podía consentir que la alcaldesa le patease el escenario, adelantándose a los enmudecidos políticos de un país tan escandalizado como el resto por las "hazañas" de Trump, aunque sus líderes hubieran preferido el silencio.
Aguirre, que remueve a su antojo los fantasmas de Hitler o Stalin, para meter el miedo en el cuerpo de los más incautos con los desharrapados de Podemos, no pudo resignarse al silencio y, cuando la alcaldesa aludió con elegancia y sin nombrarlo al "resistible" ascenso de los nazis en la Alemania de los años treinta y su ascenso al poder a través de las urnas. No pudo resistirlo y sacó su disfraz de dama indignada y discutidora, de dueña del carril bus, para recordar a Carmena y, de paso, a todos nosotros que Europa, cuna del nazismo y del comunismo de Stalin, olvidando, cuando menos, a Mussolini y Franco, tan generoso con los suyos, Europa, dijo, no puede dar lecciones de democracia a los Estados Unidos.
 Pura demagogia, pues está claro que el sistema norteamericano, como, en cierto modo, ocurre aquí es imperfecto y, para elegir presidente, da más valor al voto d un granjero de la Nebraska profunda que a cualquier elector de California, algo tan injusto y evidente como para permitir que el zafio Trump ocupe la Casa Blanca con tres millones de votos menos que Hilary Clinton.
Lo que no nos dijo Esperanza Aguirre es que se siente mucho más cerca del empresario salvaje que es Trump que del orden y las normas que está violando, una tras otra, desde que llegó al despacho oval. Lo que no nos cuenta es que ella es un poco como Trump, mal hablada, déspota, tramposa y, ante todo, alérgica a la prensa que no inclina la cabeza y dobla la rodilla ante sus deseos y opiniones.
Esperanza Aguirre sería feliz en el mundo que pretende Trump: sin otra norma que el brillo del dinero y la arrogancia del poderoso, sin que nadie se acuerde de proteger y defender a los que no los tienen, un mundo en el que sacar partido de lo que es de todos para beneficio de sus negocios y propiedades.
Esperanza Aguirre dijo a Manuela Carmena que los europeos, no somos quienes para dar a los norteamericanos lecciones de democracia. No se daba cuenta, con lo lista que ella es de que Carmena no pretendía dar ninguna lección de democracia sino de Historia, de cómo alguien, desde el poder ganado en las urnas puede llegar, si no permanecemos vigilantes o somos exquisitos con las normas, puede acabar siendo un dictador delirante y cruel. No digamos, añado yo, si el dictador viene de un baño de sangre como lo fue la Guerra Civil. Algo que la condesa prefiere olvidar y que olvidemos.