Hoy comienza la era Trump. Hoy, en una ceremonia insólita,
por las sillas vacías, por el rechazo a arropar con su presencia o con su voz
al presidente más contestado y más impopular mucho antes, incluso, de haber
llegado a la Casa Blanca, recibirá el poder, uno de los mayores poderes que un
ser humano pueda detentar, un tipo listo, pero inculto, tan arrogante como y
vacío, tan imprevisible como temido, un personaje del que todos nos hemos
burlado, porque nunca creímos que sólo el dinero y la mentira pudieran llevarle
al despacho oval. Pero nos equivocamos, porque, a veces, el rencor pesa más que
el amor en el alma de hombres y mujeres. Y el rencor y el resentimiento han
pesado más en la de una minoría de norteamericanos, estratégicamente situados,
eso sí, para llevarle a Washington, con tres millones de votos menos que su
decepcionante y decepcionada rival.
No nos lo tomamos en serio. Más bien al contrario, le
convertimos, y él ha puesto mucho de su parte, en un payaso del que hacer
chistes, objeto de brillantes parodias, un personaje lleno de aristas a las que
agarrarse para arrancar las carcajadas de la audiencia. Pero nos equivocamos, porque
si los shows televisivos y los monólogos terminan, a veces tarde, y nos
acostamos, Trump, el verdadero Trump, sigue ahí, con todo su poder, para
ejemplo de personajes tan siniestros como él en medio mundo, incluida esta
vieja Europa que lleva años chocheando a la sombra del amigo americano. Trump
sigue y seguirá en su despacho, tendiendo una sombra de miedo e incertidumbre
sobre todos esos millones de ciudadanos que, después de recorrer penosamente
miles de kilómetros, se van a encontrar con el muro que Trump quiere levantar
en el sur, su juguete preferido y el de los millones de votantes que le dieron
su confianza hace dos meses.
También en España, quizá donde más, nos hemos reído de Trump
y, la verdad, no sé por qué, porque si Trump quiere levantar un muro de acero y
ladrillo para alejar la prosperidad norteamericana de los sueños de esos
hombres y mujeres morenos y bajitos que huyen de la pobreza y la violencia del
Sur, aquí también tenemos muros de alambre, sofisticados y crueles, llenos de
cuchillas criminales, para dejar fuera de la prosperidad europea a quienes, con
otro color y otra lengua, huyen del hambre, la violencia y la desesperanza de
África.
Bien es verdad que Rajoy, aunque cómico a veces, no es tan
payaso ni tan estridente como Trump, pero cumple su mismo papel t para los
mismos, los de siempre, porque a qué obedece, si no, el plan sistemático de
desmantelamiento y deterioro de la sanidad pública, la joya del Estado de
Bienestar en España, negada primero a los inmigrantes, luego a los parados y
ahora a quienes vuelven desengañados de su "aventura" forzosa en
Europa. También en la Enseñanza ha hecho otro tanto, dejando a barrios enteros
sin institutos y dejando deteriorarse los que ya había, mientras se invierten
millones y se ceden terrenos a colegios privados que, lejos de enseñar la
convivencia, fomentan las diferencias y abren, ya entre nuestros niños, una
brecha insalvable que marcará para siempre sus vidas.
Y, si Trump quiere desmantelar lo poco que Obama levantó
para proteger a lo más desfavorecidos, lo que Mariano Rajoy y el PP vienen
haciendo con los dependientes y los parados no es muy diferente, no queda muy
lejos, de ese propósito. Y, si todos tenemos la imagen de los
"homeless", arrastrando su vida y sus pertenencias en carritos por
las calles de Nueva York, os aseguro que no hay que buscar mucho para
encontrarlos aquí, en nuestras calles.
Podemos reírnos de Trump todo lo que queramos, podemos
pensar en lo gilipollas que han sido los norteamericanos que le han dado su
voto, pero ¡cuidado! el señor que preside aquí el gobierno no es tan distinto,
quizá más soso, quizá más silencioso, pero tan peligroso o más, al menos para
nosotros, que ese Donald Trump que, hoy, se convierte en comandante en jefe de
los Estados Unidos.
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