martes, 14 de marzo de 2017

MÁRTIRES


Si una cosa he aprendido de la Historia es que toda cruzada que se precie necesita mártires. Los mártires son el avituallamiento, la gasolina con que reavivar la fe y las convicciones, cuando las fuerzas de la causa, de cualquier causa, comienzan a flaquear. precisamente en esos largos repechos de normalidad, esos tediosos periodos de tiempo, entre elección y elección, entre conmemoración y conmemoración, en los que apenas hay nada estimulante que llevar a las primeras y a los telediarios y la gente, con el entusiasmo por los suelos y agujetas en el convencimiento, comienza a pensar con inquietud en lo de todos los días, los colegios, la cesta de la compra, el tráfico, en lo mal que funciona el transporte público, en los hospitales y en todo eso que debería funcionar y no funciona, porque los que deberían velar porque las cosas funciones están en otra cosa. 
Para eso son buenos los mártires, para que las lágrimas que la gente sencilla vierte por sus tragedias desenfoquen la realidad que les rodea. Les ocurrió, por ejemplo al dictador Franco y los gerifaltes de su régimen que en 1955, el año en que yo nací, a la vista de que las cosas no marchaban como había predicado e su cruzada de fuego y sangre, encargó a quien entonces era apenas un joven, periodista, Carlos Luis Álvarez, y que llegaría a ser el venerado Cándido de ABC, en 300 folios, con las vidas de veinte  mártires de la Guerra Civil, asesinados por "los rojos", para un libro que firmaría el abad del Monasterio del Valle de los Caídos, que cobraría 200.000 pesetas por el "trabajo", de las que 25.000, una de cada ocho, irían a parar al bolsillo del verdadero autor que, un poco por las prisas del encargo y otro poco por tomar venganza del abad, se inventó gran parte de esas vidas "de encargo".
Sin embargo, no siempre hay historias tan escabrosas detrás de la "creación" de los mártires. A veces, basta con el interés de algunos y la estupidez de otros o, quizá, de todo y de todos un poco. A veces, cuando los intereses de unos y otros coinciden, los mártires no son más que la consecuencia de unos pasos aparentemente, pero sólo aparentemente, mal dados que conducen a resultados enfrentados que, paradójicamente, sirven a los intereses de todos, de todos, eso sí, menos de quienes creen en la verdad y la honestidad.
Ayer, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña condenó al ex president de la Generalitat, Artur Mas, neoconverso dispuesto a llenar con el humo de la estrella de la independencia añadida a la cuatribarrada, las tinieblas de ese tres o cuatro por ciento de más que los catalanes han pagado por las obras y servicios que adjudicaba su gobierno. Pero no le condenó por esto, que, si la Justicia es justa y se la deja trabajar, lo hará, sino por convocar y organizar la consulta que sirvió como placebo del referéndum que, cumpliendo la ley y sin el acuerdo con las fuerzas políticas, no pudo convocar.
Junto a él, fueron condenadas sus consejeras Joana Ortega e Irene Rigau. Condenados a multas y a la inhabilitación para ejercer cargos públicos. lo que, salvo   Joana Rigau, hoy diputada en el Parlament de Catalunya, y sólo hasta que la sentencia sea firme, deja fiera de la vida pública a los condenados.
Estamos ahora en el debate de si la sentencia es leve o severa, de sin son galgos o son podencos, algo que no es más que tiempo perdido y pólvora gastada en salvas, en fuegos de artificio, porque lo que verdaderamente importa es que la causa de la independencia tiene ya sus tres primeros mártires. mártires de los de pasear, porque los verdaderos mártires son los catalanes, independentistas o no, a los que lo que su gobierno, cualquier gobierno, está obligado a darles a cambio de sus impuestos, les está llegando tarde.