jueves, 23 de marzo de 2017

UN COCHE, UN CUCHILLO...


Sin pretender dármelas de nada, me atrevo a deciros que no me sorprendió el loco ataque llevado ayer en Londres por un sólo hombre, armado únicamente con un todo terreno alquilado y un cuchillo. No me sorprendió, como no me sorprenderá el siguiente que se produzca, en Londres o en cualquier otro lugar, mientras no cambie la política de Occidente en el Cercano Oriente y, sobre todo, en todos esos barrios y ciudades de la periferia de sus capitales, convertidos en almacenes de jóvenes sin futuro ni esperanza.
El terrorismo, especialmente este terrorismo a la desesperada, no se combate con más policías y menos libertad. Todo lo contrario. Ese terrorismo del no futuro y la injusticia se combate con más igualdad y más justicia social. Ese terrorismo que ayer se manifestó en el centro de Londres, junto a su parlamento, al pie del Big Ben, brota en cualquier lugar en el que se niegan la identidad y el futuro a los jóvenes. 
Isabel de Baviera, Sissi, emperatriz de Austria, asesinada en Ginebra, mientras paseaba a orillas del lago Leman, apuñalada con un estilete por un joven anarquista italiano. Hoy, Sissi viviría rodeada de escoltas y guardaespaldas, del mismo modo que el estado de Israel vive en continuo estado de sitio, con sus calles patrulladas por jóvenes soldados bien entrenados y equipados, con órdenes de disparar sin dudarlo contra cualquier sospechoso, más si su aspecto es el de uno de esos palestinos a los que se ha confinado tras de un muro, haciendo de su vida una larga espera para entrar o salir del "corral" en el que han sido encerrados por quienes ahora ocupan sus tierras y les impiden trabajar y prosperar con dignidad. 
Sin embargo, ni todos los soldados ni todas las armas del mundo pueden impedir que un hombre o una mujer desesperados conviertan cuchillo de cocina o de las llaves de un coche, una furgoneta o un camión, en el arma de su venganza desesperada contra quienes creen la causa de su desgracia y su humillación. Y, si alcanzar a su particular Sissi, les resulta imposible, bastará con apuñalar a quienes estén esperando a un autobús o atropellar a quienes pasean por cualquier calle.
Lo escribo porque me llamó la atención que ayer, aquejados del ombligo centrismo que por desgracia padecemos los europeos, los telediarios fijasen el inicio de este tipo de ataques en el Paseo de los Ingleses de Niza, cuando el verdadero antecedente, al menos en la historia reciente, está en las calles de Tel Aviv y en cualquier otro lugar en el que, sin acabar con el dolor y la injusticia, el control y la sospecha permanente se conviertan en el pan de cada día de los señalados como indeseables.
No hacen falta muros de cemento ni alambradas para encerrar a los desechados de la sociedad, los hijos de quienes vinieron a Europa a ganarse el pan que no les llegaba en su tierra, todos esos chicos que crecen en los parques y plazas de las ciudades de occidente, que viven solos la práctica totalidad del día, "abandonados" forzosamente por unos padres que trabajan todo el día para pagar el alquiler de esa caja de zapatos alejada del centro de las ciudades que limpian, en las que tienen que vivir. 
Son los mismos que hace unos años arrasaron desesperados la banlieu de París o las calles del mismo Birmingham donde hoy buscan a los "cómplices" del asesino de ayer. Entonces, nadie se fijó en ellos, nadie se ocupó de cumplir las promesas con que se acallaron aquellos incidentes. Todo siguió igual. Quizá aumentaron las patrullas policiales y, con ellas, los abusos y, con ellos, el odio, Y, mientras, las pantallas de sus televisiones se fueron llenados de imágenes de gente armada y eufórica, terroristas para nosotros, que, para ellos, se estaban convirtiendo en vengadores, en el ejemplo a seguir para salir de esa vida desesperada que les ha tocado vivir. Y, en esas, llegó Internet y puso lo demás. 
Y queda poco más que añadir. Salvo que, si el presupuesto que se destina a aumentar el número de policías y su equipamiento, el que se invierte en aviones, bombas y fusiles con los que hurgar en el avispero de Siria, Afganistán e Irak, el que se emplea en servicios de información que no se enteran de nada y, si se enteran, es para complicar más las cosas, si, en resumen, se emplease más en construir paz justicia y bienestar, con colegios, campos de deportes, escuelas y centros sociales y en crear puestos de trabajo que el que se invierte en preparar guerras preventivas y en llevar al basurero social a quienes ya no les sirven, todos, salvo los fabricantes de armas y los partidarios del capitalismo salvaje, viviríamos más felices y los ofuscados por la desesperación no verían en un coche o un cuchillo el instrumento de su venganza.