lunes, 27 de marzo de 2017

ZURCIR EL APARATO


Ya está, la mujer poseída por Felipe González, como la niña de "El exorcista" estaba poseída por el diablo, la que presta su voz y su gesto al PSOE repudiado por los votantes en la últimas elecciones, la que confunde mal genio y autoritarismo con poder de convicción y autoridad, la que pregona a voces  su pescado nada fresco teñido con la anilina del pasado, la que regaña a propios y extraños cuando habla, la que suena con una música monótona de crescendos que no llevan a ninguna parte, la que confunde, qué equivocación, Andalucía con España y España con Andalucía, ella, la única, la ensoberbecida presidenta andaluza, anunció ayer que ya tiene, o cree que tiene, agua en la piscina a la que, desde hace tiempo, había decidido lanzarse.
No podemos olvidar, al menos yo no puedo hacerlo, que Susana Díaz fue el instrumento del que se han servido los grandes intereses económicos, esos que tienen abducido al gobierno, a los gobiernos de España y Europa, para dinamitar cualquier posibilidad de que el mal llamado populismo llegase a los cajones del poder, esos cajones en los que se guardan todas las trampas del pasado, incluidas las de quienes ayer se sentaron en torno a ella en esa ceremonia de advenimiento en carne mortal, en la que nos dijo lo que ya sabíamos todos: que se muere por el poder y, cuanto más, mejor.
La imagen que ilustra esta entrada Están todos. Algunos pensarán que Susana Díaz quiso rodearse del pasado que fue glorioso del PSOE, pero que ya no lo es, pero, por desgracia, ese pasado glorioso lo enterraron los mismos protagonistas que lo gestaron. Felipe González que, con su desidia y sus aires de grandeza, se dejó enredar por la superestructura especuladora, mientras arrastraba los pies que habían embarrado en los oscuros senderos de los GAL. Estaba Alfonso Guerra, martillo de hereje y asceta de la política que se tuvo que ir porque en su charca también crecieron ranas conseguidoras y porque la camaradería que le unió a Felipe González, la de los tiempos de la tortilla había dejado de existir. Estaba también José Luis Rodríguez Zapatero, una especie de Pedro Sánchez, para quien los astros y los siniestros intereses de lo más oscuro de la trama especuladora del PSOE se conjuraron en aquel congreso de la sorpresa, en el que nos salvó de una Guatepeor llamada José Bono, que llegó a La Moncloa por la miseria moral de un personajillo llamado Aznar y que tuvo que dejar el poder por habernos entregado atados de pies y manos al dios que habita en Bruselas, no sin antes encadenarnos a la hipoteca que fue la reforma del artículo 135 de la Constitución, el que protegía nuestro bienestar de la deuda. Y está también, por fin, Alfonso Pérez Rubalcaba, el incombustible, el gran enredador, el encantador de periodistas, que, después de cosechar los peores resultados electorales para el PSOE sin la competencia de Podemos, hizo la peor oposición de toda la historia, callando miserablemente ante los crueles recortes de Rajoy.
Ese es el pasado nada glorioso del que se quiso rodear ayer Susana Díaz, porque el pasado lo marca el último recuerdo que nos queda de él y, la verdad, los recuerdos que nos quedan, que me quedan, de esos cuatro personajes son tan sombríos como los que os acabo de describir. Ese es el pasado en el que se apoya Susana Díaz, un pasado que es el suyo, porque apenas ha vivido fuera del partido y porque decidió hace mucho que su futuro estaba también en el PSOE, Un futuro que, otra vez, nos ha descrito con un enigma que es casi una perogrullada, ese "vamos a gobernar desde la victoria", pues claro, no va a ser desde la derrota ¿o es que está marcando ya su veto a ese Podemos que tanto le ocupa y le preocupa en Andalucía, el veto, quizá recíproco, que nos trajo otros cuatro años y quién sabe si más de un Rajoy cada vez más denostado, paro cada vez más firme electoralmente.
Susana Díaz dijo, después de reventar el PSOE con aquel "asesinato" en el Comité Federal, que había que coser el partido entre todos, pero, por lo visto y escuchado ayer, lo suyo es zurcir el aparato. Zurcir,, que no es otra cosa que reconstruir falsamente los tejidos ya desgastados por el uso y abuso del poder y por la polilla del tiempo, por el que se les ve al culo al partido y a sus viejos dirigentes.

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Un excelente artículo...