Si algo me está quedando claro en estos días aciagos, eso es
que el cinismo de nuestros políticos no conoce límites. Ayer, pasados los
primeros momentos de sorpresa, tras el inesperado anuncio hecho por Podemos de
que tiene intención de presentar una moción de censura contra Mariano Rajoy, se
les acusó desde los grandes partidos de la oposición, como mínimo, de hacer
fuegos artificiales, porque dicha moción, de presentarse, estaría destinada al
fracaso. Qué poca memoria o, lo que es aún peor, cuánto cinismo.
Parecen olvidar unos y otros las presentadas por Felipe
González contra Adolfo Suárez, en tiempos en los que el presidente del gobierno
era tildado de tahúr del Mississippi o la que, después presentó Antonio Hernández
Mancha, fugaz líder que fue de la derecha que murió políticamente en el
intento, planteó contra el gobierno socialistas desde Alianza Popular, como
también parece flaca la memoria de Alfredo Pérez Rubalcaba que tonteó sin
consumarlo con presentársela a Mariano Rajoy en su primera legislatura.
Socialistas y Populares -Ciudadanos, carente de pasado de
momento es otra cosa, aunque todo se andará- pretenden hacernos creer que una
moción de censura condenada al fracaso -sólo las que se acuerdan con tránsfugas
y socios incumplidores triunfan- son del todo inútiles, además de ser una
pérdida de tiempo. Lo dicen y mienten, porque el debate de una moción de
censura es política pura y hecha donde debe hacerse, en ese gran escenario,
casi teatral, que es el hemiciclo del Congreso. Nada que ver con la política
que se hace en las tertulias radiofónicas y televisivas, directamente o por
personajes interpuesto, la que se hace en los cenáculos, engrasando lenguas y
plumas amigas o desde despachos y teléfonos filtrando informaciones interesadas
y traficando con exclusivas y silencios.
Acusan a Podemos, más concretamente a Pablo Iglesias, de
hacer teatro, cuando no circo, y olvidan aquella pareja, tan famosa como Martes
y Trece, que formaron Felipe y Guerra, en la que jugaban al poli bueno y el
malo y que acabó como acabó cuando sus intereses y sus ideas comenzaron a
caminar por sendas cada vez más divergentes. Olvidan también que, en el debate
de una moción de censura, televisado por ley en su integridad, con lo que los
ciudadanos podrán conocer, sin intermediarios, lo que plantean sus
representantes. Sea cual sea el resultado de la votación, si llega a votarse la
moción, los portavoces de los distintos grupos van a tener que retratarse y,
como mínimo, vamos a percibir el parlamento como algo más vivo que el lujoso
cementerio en que acaba convirtiéndose.
El más molesto, casi ofendido, por el anuncio es el PSOE,
quizá porque ese debate interferirá su proceso de primarias y pondrá a sus
diputados ante el absurdo de negarse a apoyar con sus votos la censura a Rajoy
que, sin duda, firmarían sus votantes. Terrible dilema en el que quien saldrá
mejor parado será el candidato Sánchez que nada tuvo que ver, de hecho, dejó su
escaño para no dársela, con la abstención que permitió a Rajoy seguir en La
Moncloa,
Qué decir de Ciudadanos que, una vez más, se pondrá del lado
del sol que más calienta y presumirá de acuerdos que el PP no respeta,
colgándose medallas que más bien corresponderían a los jueces y los ciudadanos,
con minúsculas pero enormes, que denuncian la corrupción y a los corruptos. Una
vez más tratará de hacernos creer que, de no ser por ellos, Cristina Cifuentes,
espectadora silenciosa de todos los trapicheos de Aguirre e Ignacio González,
nunca hubiese llevado al fiscal sus sospechas, cuando fue el voto ciudadano el
que rompió la cómoda impunidad en que vivieron e PP y el PSOE con su enfermiza
convivencia.
Sin embargo, el que más se juega es Podemos y, con el
partido, su amado líder, encantado de haberse conocido y empeñado en reproducir
estampas de la Historia de las Revoluciones o, quién sabe, de las religiones,
porque esas comparecencias tumultuosas, esos paseos de diez en fondo, más
propias de un nuevo Jesucristo, ahora con chaqueta, o de los "Criminales
Inocentes" de Ben Harper, tienen mucha puesta en escena, demasiado gesto
que, en una sociedad de la inmediatez como la que nos ha tocado vivir, se
impone y oculta los contenidos que están detrás, porque los gestos siempre hay
que explicarlos y el espectador casi nunca tiene paciencia para que se los
expliquen. SE juegan mucho y ganarán si consiguen convertirse en un partido menos gestual y más práctico, un partido que no dé, con su intransigencia, argumentos para la intransigencia de los otros. Perder la moción, y lo saben, es lo de menos, recuperar credibilidad y espacio es lo que más debe importarles e importarnos.
No creo que, de presentarse, esta moción de censura cambie
muchas cosas, salvo dejar todo más claro y eso, desde luego, no es poca cosa.
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