Dicen que la política hace extraños compañeros de viaje.
Incluso dicen que los hace de cama y que quien ladra desde detrás de la verja a
todo el que pasa junto al jardín del amo, se enreda entre sus piernas y
llena de lametones sus manos cuando lo tiene dentro de casa. Eso, tras años de
ver y oír de todo, es quizá lo único verdaderamente exacto que he encontrado en
una ciencia tan inexacta como lo es la política.
Ayer, un poco a escondidas y con prisas, Rajoy firmó con
Josu Erkoreka, en sede parlamentaria, la rebaja del cupo vasco que el PNV le
exigía para apoyar los presupuestos que le van a permitir ejercer de presidente
con una cierta tranquilidad. Nada nuevo. Nada que no hubieran hecho antes
González o Aznar. Nada que no se haga cada día, cada minuto, en los cinco
continentes allá donde hay un parlamento verdaderamente democrático, un
paramento en el que la política se hace (más o menos) entre todos, todos los
días.
No pienso criticar, por ello, el acuerdo. Un acuerdo por el
que Euskadi reajusta a la baja sus cuentas con el Estado a la hora de pagarle
por las competencias no transferidas que ejerce en su territorio. Un acuerdo
que, de haber sido firmado por los socialistas o no digamos Podemos hubiese
sido tildado de apocalíptico y "rompepatrias" por el mismo Rajoy, los
suyos, la prensa amiga y los atrincherados en el cómodo "santuario no se
rinde" de Aznar.
Qué poca memoria, qué bendita amnesia que les permite
olvidar aquellos tiempos en los que Aznar, con el mismísimo Rajoy en el
gobierno, firmaba su tranquilidad con Xabier Arzalluz, la bestia negra del
nacionalismo vasco, el mismo que nunca acabó de condenar a las claras a ETA, el
que se asustaría años después, al ver las dimensiones que alcanzó la protesta
espontánea con la que la sociedad civil vasca respondió as salvaje asesinato de
Miguel Ángel Blanco.
Qué poca memoria, qué bendita amnesia, para no tener que
recordar todo lo que Rafael Hernando y todos ellos, sin excepción, dijeron de
Pedro Sánchez o de Podemos, cuando, ya a la desesperada, trataban de firmar un
acuerdo parecido a éste, para que el hoy díscolo candidato a la secretaría
general del PSOE, Pedro Sánchez nos devolviese la ilusión a quienes creíamos
que España no merece estar otros cuatro años en manos de esta derecha corrupta
y trapacera.
Y no sólo eso. Habría que saber dónde están ahora todos esos
barones, todos esos patriotas, todas esas cabezas bienpensantes que pretenden
guiar nuestra mano y la del líder de su partido, impidiendo una y otra vez que
la izquierda intente medir sus fuerzas unida, asustándonos, para que no
cayésemos en los mismos "errores" en los que cayó, ya no se acuerdan,
Felipe González. Parece que ya nadie nos acordamos de cómo se torpedeó ese
intento de Sánchez de formar gobierno, de cómo se le obligó a comerse primero
el acuerdo con Ciudadanos y de cómo ese acuerdo, toda una hipoteca, firmado con
Rivera y no la torpeza, que la hubo y mucha, de Pablo Iglesias, fue el
obstáculo para firmar con los nacionalistas un acuerdo que hiciese posible el
gobierno.
Ya nadie se acuerda, entre otras cosas porque los
"efectos especiales" y la "música incidental" con que la
prensa "afecta" al PP y sus socios, PSOE incluido, hubiese acompañado
un acuerdo como el que ayer firmaron Rajoy y Erkoreka, un acuerdo parecido al
firmado por Aznar con los nacionalistas, bendecido en su día por el ABC, LA
RAZÓN no existía, desde su portada.
Otros tiempos, pero los mismos perros con distintos
collares, a los que más que la patria, les une la cartera. Arzalluz cabalga de
nuevo y, si cabalga, por más que me pese en este caso, es porque la democracia funciona.
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