miércoles, 11 de octubre de 2017

PREINTERRUPTUS


Quienes, como yo, vamos teniendo una edad, sobre todo los que nacimos en una familia numerosa, nunca podremos estar seguros de ser hijos plenamente deseados, porque en una España nacional católica, en la que un condón era un instrumento del diablo y quererse, si no era para dar hijos a dios, un pecado, el "coitus preinterruptus", vamos, la "marcha atrás" que dirían los abuelos, era la frustrante manera de culminar tristemente un acto que podría haber sido pleno.
La "técnica", netamente machista, no dejaba satisfecho a nadie, ni al varón obligado al control de lo que debiera ser incontrolable, ni a la mujer que acababa siendo poco más que un instrumento de placer casi onanista al servicio de éste. Si las alcobas, esas alcobas presididas por un crucifijo en las que, a veces, se rezaba antes de hacer el amor o lo que eso fuese, hablasen, cuántas tragedias y frustraciones nos revelarían.
Nada hay más frustrarte que quedarse al borde del placer y la satisfacción completa, nada peor que esperar y no recibir, más, si los prolegómenos, el interminable cortejo con que Puigdemont adornó su camino al decepcionante acto de ayer, han sido tan largos e intensos. Largos meses llenos de cantos de sirena, de promesas que, hoy es evidente, no podía cumplir. largos meses de prometer el paraíso, mientras llevaba a su pueblo, a todo su pueblo, el que le había votado y el que no, al más ardiente y seco de los desiertos 
Siento tener que decirlo, pero lo veo así: Puigdemont, Junqueras, la ANC y Òmnium han traficado con los sueños y las legítimas, porque lo son, aspiraciones de los catalanes. Se han movido pensando únicamente en titulares y en fotos han llenado calles y plazas siempre que lo han pretendido, sin caer en la cuenta de que en esas calles y plazas no estaban toso los catalanes, han forzado tanto las cosas, han caminado sobre el alambre tantas veces que han llegado a creerse su quimera y ha sido tanto el riesgo y tan largo el camino recorrido que, al final, convirtieron en imposibles la vuelta atrás y la cordura.
No sé en qué pensaba Puigdemont, mientras era empujado por la ERC de Junqueras, las "entidades ciudadanas", con evidente peso, pero sin voto, y la CUP o, quién lo sabe, mientras los capitaneaba hacia el abismo. Quizá en la gloria de un Lluís Companys sin su final trágico, quizá en convertirse en otro Tarradellas, otro president sin reproches que hacerle, en un tranquilo retiro dorado.
Si embargo se le enredó la madeja y, como todos los iluminados, confundió la realidad con sus deseos, no quiso escuchar a quienes le pronosticaban la tormenta económica que invocaba con sus actos y la soledad diplomática a la que se encaminaba. Pero, al final, la tozuda realidad se ha impuesto a su disparate. Aunque simbólicamente, de momento, la espita de los dineros se ha abierto, se le han ido las grandes empresas, mientras se disparan todas las alarmas dentro y fuera de España. O sea, que, al final del camino, no hay nada. 
Bastaba con cinco o seis palabras para escribir el final de esta historia: cinco para proclamar el Estado Independiente de Cataluña y seis para negarlo. Pero Puigdemont no sería Puigdemont si lo hiciese, por eso, nada más asumir el mandato de proclamar el Estado Catalán” decretó, sin consultar ni pedir el voto a nadie, suspenderlo. Apenas diez segundos, en los que los millares de personas reunidos en torno al parque de la Ciutadella, cerrado por los mostos con cadenas a cal y canto, por primera vez en su historia, esperaban la proclamación, que acogieron con entusiasmo, para, a continuación, sin apenas mediar un segundo, hundirse en la depresión, la decepción y los abucheos de la suspensión.
Fue entonces cuando las verjas cerradas del parque cobraron todo su sentido, porque la jugada de trilero podía haber desatado otra asonada contra el Parlamente, como la que sufrieron Artur Mas y sus recortes austericidas.
Lo de ayer fue un "coitus preinterruptus" que, dando la razón a Josep Borrell que hace tres días dijo que "Puigdemont pondría fin a la tragedia para continuar la comedia", que culminó con una especie de bautismo de la criatura que no fue, en la que los diputados de Junts pel Sí y la CUP firmaron una declaración de intenciones, sin ningún valor jurídico, como queriendo respaldar el sueño, no al que acabó frustrándolo. que sale bastante escaldado y al perecer sin la CUP de la aventura.