Si hace tan solo unos meses me hubiesen dicho que estaría
hoy expresando mi repudio hacia una huelga, hubiese pensado que yo o m interlocutor,
uno de los dos o los dos al mismo tiempo, se había vuelto loco. Sin embargo,
hoy me veo cabreado y mucho por el abuso que supuso ayer, no la huelga en sí,
que apenas tuvo seguimiento, sino por las consecuencias que tuvo dirigir grupos
perfectamente organizados de jóvenes, la mayoría estudiantes contra las
carreteras y las vías férreas para, una vez colapsadas, impedir el normal
acceso de quienes no querían secundar la huelga a sus puestos de trabajo.
Viendo lo ocurrido ayer, he llegado a pensar que, en
realidad, somos personajes de un vídeo juego en manos de un mono loco y es que
no llego a entender qué pretenden quienes pilotan "el procés" al
cabrear a una gran parte de la población a la que privaron, no sólo de
movilidad, sino del acceso a hospitales, colegios y centros oficiales o
transportes que, sí, estaban atendidos por su personal, pero al otro lado de un
piquete o un monumental atasco provocado por la intervención de unas pocas
decenas de personas.
Cuando, en el transcurso de uno de los telediarios de tarde
noche, se conectó con la estación del AVE en Sants y fui testigo del cabreo, la
angustia o la desesperación de quienes no podían viajar porque unas decenas de
jóvenes, a los que luego fueron sumándose más, habían ocupado las vías,
cerrando toda posibilidad de viajar, no podía creer lo que estaba viendo, sobre
todo porque, allí, no había un solo policía para impedirlo. Algo que vino
ocurriendo todo el día en puntos clave de los accesos a las principales
ciudades, dejando a millares de personas, entre las que había ancianos y niños,
atrapados a la intemperie y en medio de un otoño helador.
Fue necesario movilizar a la Cruz Roja para atender a toda
esa gente que, durante horas, no pudieron hacer otra cosa que desesperarse y
acordarse de la sangre de esos niñatos que, como en un juego, les dejaron
tirados en la carretera. De todo lo que pude ver, fue eso lo que más me
impacto: la juventud de quienes integraban los piquetes. Jóvenes, muy jóvenes,
alumnos de institutos o de los primeros cursos de cualquier facultad que,
aparentemente sin violencia, pararon el tráfico en media Cataluña, exasperando
a todo un país.
Me cuesta creer que quienes están detrás de lo de ayer
esperasen obtener algún beneficio de toda esa violencia moral que supone
paralizar un país, imponiendo la voluntad de unos pocos, perfectamente
organizados, sí, pero sólo unos pocos, a toda la ciudadanía. Me cuesta
creer que vaya a haber mucha gente dispuesta a sumar su voto al de quienes
están hundiendo un país al que, con movimientos bien medidos, perfectamente
calculado, encomendados a jóvenes a todas luces aleccionados y, sobre todo, mal
informados de las consecuencias de lo que hacen. Me cuesta creer, incluso, que
quienes están al frente no estén trabajando para "el enemigo"
También me cuesta creer que no fuera posible acabar con
estos cortes de carreteras y vías de tren en un primer momento. Me cuesta creer
que la pasividad de los mossos de esquadra y otras fuerzas policiales no fuera
intencionada. No sé si fue sólo mala conciencia por las cargas del primero de
octubre o si se tardó en intervenir porque quienes pilotan el 155 también han
llegado a la conclusión de que "cuanto peor, mejor".
De momento, los organizadores de la mayor feria de telefonía
del mundo el World Mobile, que riega Barcelona de millones, llenando hoteles y
restaurantes, bajando las banderas de todos los taxis y agotando las
existencias de las tiendas de recuerdos, se están planteando sacar su feria de
una ciudad, de un territorio desestabilizada, que ayer permaneció secuestrado
durante horas por quienes, como les gritó una pasajera del AVE frustrada y
desesperada en la estación de Santas, no son más que niños.
1 comentario:
Buen artículo ...
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