Empiezo a estar cansado, sin no asqueado, de todos estos
corredores de fondo se la historia que viven encapsulados en su propio relato y
que ven la actividad política como una carrera de obstáculos y nada más. estoy
cansado de quienes lo tienen todo tan claro, a uno y otro lado, y sólo ven la
meta, nunca el paisaje que cambia a su paso, porque el camino lo traen
memorizado de casa y, como si llevasen un GPS sin actualizar, por seguir a
"la voz" son capaces de acabar en medio del peor de los atascos o en
un camino cortado por unas obras imprevistas, creyendo o haciendo creer a sus
compañeros de viaje que ya están en el destino soñado.
Empiezo a sentir una cierta angustia ahora que veo hasta
donde han sido capaces de llegar quienes se han hecho con el relato y, si lo
estoy, es, principalmente, porque reconozco en mí la culpa de quien no ha hecho
a tiempo los deberes, de quien ha escuchado barbaridades, exageraciones y
mentiras y no ha hecho nada, de quien ha preferido guardar un silencio prudente
en vez de tomar partido por la verdad que, al final, debería ser lo único
importante.
No sé si me pasa sólo a mí, si es una especie de
intolerancia, de hipersensibilidad, una alergia a tantas mentiras y tan burdas
como se nos han contado, pero el caso es que estoy harto, cansado de que se
pida libertad en un universal inglés para un país en el que durante dos semanas
las calles han estado llenas de gente con sus banderas, sus pancartas y sus
lemas, nunca improvisados o escritos a mano sobre sábanas o cartones, sino
delicadamente impresos y repartidos en kits que recordaban a los de la visita a
Madrid de Benedicto XIII, la última hazaña de Ruiz Gallardón al frente del
ayuntamiento de Madrid.
Me duele todo esto, porque, por lo que sea, porque, mientras
unos estaban lamiéndose las heridas de su división y otros tapándose las
vergüenzas de su corrupción, los independentistas, ante los atónitos ojos de
quienes tanto sufrieron y tanto lucharon por la democracia, reclamaban, desde
un parlamento en el que contaban con mayoría más que suficiente para trabajar
por el bienestar de la ciudadanía, un parlamento y un marco legal autonómicas
que para sí quisieran otras muchas regiones autónomas o aspirantes a serlo en
Europa, una libertad presuntamente inexistente, difuminada y envuelta en esa
nebulosa de mitos históricos de difícil probatura, verdades a medias y mentiras
descaradas.
Cuando la juez de gatillo fácil Carmen Lamela aceptó a pies
juntillas la querella del fiscal contra los líderes de las
"entidades" ANC y Òmnium y los mandó a prisión sin pestañear, comenzó
a extenderse aquello de que eran los primeros presos políticos de la democracia
y, de paso, que lo de España, lo del Estado, como gustan de decir, no era
democracia sino franquismo, se me encogió todo lo que en mí quedaba de aquel
muchacho ilusionado que vio desaparecer la dictadura en España y me acordé de
todos esos amigos y compañeros de la universidad que pisaron comisarías y
prisiones, muchas veces por el mero hecho de llevar barba o el pelo largo y
vestir aquellas míticas trencas, por hacer una pintada o por hablar de determinadas
cosas más alto de lo debido.
Me pregunté entonces, como Alberto Garzón, qué hubiese dicho
Marcos Ana, veinte años en las cárceles franquistas por nada, o qué hubiese
dicho Ramón Rubial, el presidente del PSOE que pasó media vida en prisión, o Marcelino
Camacho, Simón Sánchez Montero, o la familia de tantos y tantos jóvenes o no
tan jóvenes, abatidos por los disparos de la policía franquista o por
fascistas, estos de verdad y armados, al servicio de la misma. Me pregunté y me
pregunto qué hubiese sentido Simone Weil, superviviente de los campos de
exterminio de Hitler, al ver a Carles Puigdemont rondando el Parlamento Europeo
que ella misma presidio, reclamando asilo para sí y una libertad que ya tiene
para Cataluña.
Me indigno. Y me indigno porque los que tenemos unos años y
hemos sufrido la dictadura, aunque sólo fuesen sus últimos coletazos, sabemos
muy bien que aquello no tiene nada que ver con lo de hoy, cuando es más fácil
ser maltratado, golpeado, o incluso morir, a manos de los mossos o cualquier
otro cuerpo policial al lado de un bar o una discoteca que en una
manifestación.
Se han hecho dueños del relato. Han tenido los medios y los
guionistas apropiados y han entendido lo que el gobierno de España y los
partidos de la oposición no han querido entender, que el que da primero da dos
veces y que una imagen vale más que mil palabras. Por eso han echado el resto
en publicidad y o propaganda, por eso, por esa falta de reacción o por una
reacción tardía a su falso relato, "cuelan" con tanta facilidad sus
mentiras y exageraciones. Hemos callado demasiado, por apatía o por creer
inverosímiles sus mentiras, y ahora, como digo, son los dueños del relato.
1 comentario:
Buena exposición ...
Saludos
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