Supongo que a estas horas es ya de dominio público y no sólo
en Madrid la triste historia de ese chat indeseable en el que un centenar de
policías municipales de la capital mostraban su odio hacia la alcaldesa,
Manuela Carmena, hacia los inmigrantes magrebíes, moros en su jerga, a los que
"habría que tirar al mar" como "comida para los peces".
También, su admiración hacia un grupo de jóvenes que cantan el "Cara
al sol". Quizá se hayan sentido sorprendidos por el hecho de que en un
cuerpo policial que se pretende moderno y democrático se escondan, aunque sólo
a medias, estos personajes que, más que ofrecer confianza y seguridad a los
ciudadanos, les llenan, al menos es eso lo que a mí me ocurre, de inquietud.
He de decir que no me he sorprendido del todo al tener
noticia de las opiniones expresadas en tan odioso chat. Y, si no me han
sorprendido, es porque, a pesar de que, no debo dejar de reconocerlo, la
corrección en el trato para con los ciudadanos es habitual en este y otros
cuerpos de seguridad, en más de una ocasión he sido testigo de abusos de
autoridad y he podido ver alguna que otra pegatina nada tranquilizadora, por
ejemplo, en la culata del arma reglamentaria de un agente y he sido víctima de
la obcecación de otro que, empeñado en que el conductor estaba obstaculizando
el paso de su coche patrulla, tuvo detenido a plano sol y en plena M-30 un
autobús municipal con todo su pasaje, hasta que alguien con sentido común, le
ordenó dejarnos marchar.
También, como trabajador que he sido de la Cadena SER, he
sido testigo de la preocupante simbiosis en que se mueven a algunas horas
policías, chulos y camellos, detrás de la radio, a sólo unos pasos de la Gran
Vía, Por eso no me sorprenden, todas esas amenazas, a Carmena, a la prensa,
todo ese odio al diferente, esos deseos de acabar a sangre y fuego con lo que
odian, esa admiración por "la obra" de Hitler. Lo que me sorprende y
me preocupa es la tranquilidad con que dan rienda suelta a su basura mental,
como creyéndose impunes y respaldados por el resto de sus compañeros.
Afortunadamente, uno de ellos ha roto ese silencio que sólo
podía ser cómplice y se ha atrevido a denunciarles ante sus superiores, que han
puesto en manos del juez el asunto. Una reacción lógica, aunque quizá
insuficiente, porque se supone que habría cabido también la puesta en marcha de
una investigación interna que pusiese cara, nombre y número de placa a
personajes tan siniestros que, esta misma noche, saldrán armados a la calle,
con autoridad para ejercer la violencia, identificar y detener a cualquiera que
crean que les mira mal.
Sé, insisto en ello, que son apenas una minoría en el
cuerpo, en éste y en otros, y que la mayoría de sus compañeros son excelentes
servidores públicos, dispuestos a ponerse en riesgo para defender a sus
conciudadanos. Por eso, me parece urgente que se identifique a estos personajes
y que se les retire de la calle, donde, a priori, parece peligroso mantenerles
con un arma en la cintura. No creo que sea necesario recordar que, entre los
asesinos de la dominicana Lucrecia, que hace veinticinco años se convirtió en
la primera víctima del odio racista, había un policía nacional, tampoco que,
entre los violadores de "La Manada", a los que se juzga hoy en Pamplona
por su "hazaña" de los sanfermines de 2016 había un militar y un
guardia civil.
No quiero decir, señalándolo, que haya que sospechar de
todos los uniformados. Todo lo contrario, lo que deseo es que los responsables
de cualquiera de los cuerpos armados que hay en este país limpien sus filas de
estos personajes, porque, ni en Madrid ni en ningún otro lugar, debería caber
el odio uniformado.
1 comentario:
Realmente grave ...
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