jueves, 30 de noviembre de 2017

JUSTICIA, TERROR Y MEMORIA



Estoy seguro de que, a muchos, los que aún no han llegado a los cincuenta, les habrá sorprendido la rabia con la que otros, los que los pasamos sobradamente, reaccionamos ante la ligereza con que algunos políticos, incluso algunos a los que yo mismo he votado, hablaban de presos políticos, de fascismo, de torturas o de carceleros. La rabia, al menos la mía, la desata medir la frivolidad con que pronuncian palabras que traen mucho dolor, mucho sufrimiento y mucha tristeza a nuestra memoria.
De ahí la rabia y de ahí la intolerancia contra quienes toman el sufrimiento de tantos en vano.
Hubo un tiempo en que, a unas horas de avión de aquí, tener veinte años, llevar el pelo largo, leer algunos libros o escuchar determinada música podía costarte la vida. Hubo un tiempo en que al otro lado del océano, hombre o mujer, sano o enfermo, podían sacarte de tu cama y llevarte, atado y encapuchado, en coches sin matrícula, pero inconfundibles y dejarte por meses en manos de sádicos desalmados que, a sabiendas, de que tu único delito era no ser como ellos, te mantenían vivo pero aterrado y sucio, a merced de su humor o el de sus superiores, hasta que no eras más que una piltrafa o, si eras mujer y embarazaba, hasta que parías para ellos un niño que acabaría convirtiéndose en un regalo para familias amigas de ellos o sus jefes y del "orden". Entonces esos jóvenes, llenos de vida cuando se los llevaron de sus casas, habían dejado de estarlo, convirtiéndose en un residuo incómodo del que había que deshacerse 
Entonces, los carceleros, los torturadores, los fascistas, estos sí, todos militares, como colectivo muy organizado que eran y con medios suficientes para ello, hacían "limpieza", sedando a sus víctimas o lo que quedaba de ellas para subirlas a un avión donde, después de ser "asistidas" por un sacerdote, militar por supuesto, eran arrojados inconscientes o no a las aguas inmensas del Atlántico, para borrar todo rastro de todo el horror causado.
Fueron cerca de treinta mil los jóvenes y nedio millar los niños que desaparecieron en apenas siete años en el sumidero de la ESMA, la tristemente célebre Escuela Superior de Mecánica de la Armada, y otros centros parecidos, una cifra fríamente calculada, aprendida de las enseñanzas de la ignominiosa Escuela de las Américas, esa universidad del fascismo y del terror, en la que instructores norteamericanos adoctrinaron a los militares de sus vecinos del sur para acabar con el comunismo. Sabían y, cómo no, enseñaban a sus discípulos que "actuando" indiscriminadamente contra un pequeño porcentaje de determinado grupo de población, los jóvenes, conseguirían aterrorizar y paralizar al resto. Con lo que no contaron, afortunadamente, fue con la fuerza y el tesón de sus madres, capaces de reconstruir el mapa de sus salvajadas.
Gracias a ellas, gracias a la prensa, gracias a abogados y jueces, ayer, por fin, fueron condenados a cadena perpetua dos ¿los últimos? asesinos uniformados de aquel terrible período de nuestra historia, porque la de Argentina también es nuestra historia, Alfredo Astiz, el "ángel de la muerte", y Jorge "el tigre" Acosta, responsable de gran parte de los crímenes cometidos en la ESMA.
Horas antes, otro militar, el general Slobodan Praljak, se quitó la vida ante el tribunal que le acababa de condenar a cadena perpetua como criminal de guerra por haber condenado al hambre y la muerte a la población bosnia de Mostar. Probablemente Praljak pensó que volar el único puente que unía el barrio bosnio con el exterior fue sólo una operación militar ¡qué fácil! más allá de sus consecuencias y por ello no quiso pagar su culpa.
Más allá de todo esto sería bueno no desaprovechar la ocasión para recordar de dónde venimos, para saber del verdadero terror, la tortura y el fascismo, para medir después nuestras palabras y, evitar así remover frívolamente los dolorosos recuerdos de tantos.