No os preocupéis, no. De sobra sé que hoy es lunes, no tengo
más que ver lo que me está costando ponerme en marcha. Lo que ocurre es que no
quiero renunciar a un título como este que llevó una película, creo que
inglesa, que vi en mi adolescencia, en aquellos tiempos en los que ir al cine
la tarde de los domingos se había convertido en un rito con el que sustituir el
otro, ya perdido por entonces, de la misa dominical.
Aquella película, una comedia sin más pretensiones, narraba
las peripecias de un grupo de turistas incrustados en una de aquellas
excursiones, tours les llamaban, en las que, en apenas una semana, te paseaban
por media Europa. Muchas horas de autobús y mucho aburrimiento que daban para
que, en aquella cápsula aislada en el tiempo y el espacio, las relaciones
personales, amor y sexo incluido, de los viajeros tomasen un cariz inesperado,
porque, en estos grupos, como me comentó en una ocasión el colombiano Daniel
Samper, a propósito de su novela "Impávido coloso", ocurre lo que
ocurriría en la vida "real", pero mucho más deprisa.
Pues bien, esa es a grandes rasgos la peripecia de Carles
Puigdemont y sus compañeros de fuga, que, en este mes que llevan ya de fuga,
están soltando por su exótica boca de presuntos exiliados los mismos
despropósitos que nos hubiesen regalado, de haberse quedado en España al
alcance de la Justicia, aunque a una velocidad tan vertiginosa que la estela
que dejan tras de sí dibuja un retrato grotesco de lo que han sido y lo que
dicen querer ser.
Puigdemont, colgado de la brocha de sus mentiras, aburrido
en una ciudad aburrida y desconectado, aún más si cabe, de las realidades
española y catalana, se está haciendo un lío con las etiquetas de amigo o
aliado que tan alegremente lleva meses colgando a todo el que se le pasa por la
imaginación.
Puigdemont, aburrido como un mejillón en su cuerda, ha
dejado de verse y ver a Cataluña como la envidia de Europa, encarnando una
especie de liderazgo, económico, social y cultural, hasta ahora reprimido por
la perversa España, como una especie de princesa encerrada en las ropas de
Cenicienta, que se ve obligada a limpiar, barrer y cocinar para sus
hermanastras, Andalucía, Extremadura y todas las demás, mimadas por
"Madrid" que le quita lo que le corresponde, para dárselo a ellas.
Ahora, despreciada Cataluña, al menos eso piensa el fugado,
por el príncipe europeo que ni siquiera le ha enviado a sus pajes para probar
en su maltratado pie el zapatito de cristal de la independencia ni, mucho
menos, la ha invitado a la fiesta en el palacio de las bandera de las doce
estrellas, a la mesa de los veintiocho cubiertos, el autodenominado
"presidente legítimo" de la república catalana" reniega del
sueño europeo y se inventa un referéndum, otro más, para que Cataluña,
recorriendo la misma senda suicida que siguió el Reino Unido, tome la puerta de
salida de la Unión.
Se ve que, encerrado en su burbuja, en su cápsula de
irrealidad, Puigdemont no sobé en qué día ni en qué país vive, se ve que le
gusta ejercer de mártir exiliado, conceder de vez en cuando una entrevista en
la que calentar con sus delirios el frío que ha metido en sus huesos una
Bruselas indiferente. Se ve que a su cápsula no llegan los ecos de la merienda
de negros en que se ha convertido el procés, su procés. Se ve que, aislado de
la realidad como vive, sólo sabe, encerrado en su absurda excursión justiciera y reivindicativa, sólo es capaz de deducir que "si hoy es
martes, esto es Bélgica" y al mundo, al de verdad, al del paro, los colegios en barracones y los hospitales colapsados, que le den.
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