Me levanto hoy un poco más aliviado del maldito catarro que
me persigue desde hace semanas y esa buena sensación ir escapando poco a poco a
esa tos compulsiva de cada mañana se suma, para arruinarla, la imagen que me
asalta desde la radio, la imagen de una Barcelona, orgullosa hasta hace poco de
sí misma aquella, que siguiendo la consigna del añorado alcalde Maragall, se
puso guapa y se puso guapa para todos, sembrada ahora de barracones en solares
ahora vacíos, barracones unos encima de otros, en los que el ayuntamiento más
ilusionante de los últimos años tiene previsto alojar a las familias que
esperan una vivienda de alquiler social, porque la ciudad destino de millones
de turistas es incapaz de devolver a sus vecinos toda esa riqueza que
presuntamente deberían crear los arrastra dores de maletas, capaces de pagar
por un espacio miserable que, sumado a otros iguales o parecidos, expulsando
así a los vecinos "de toda la vida", los que dan vida y color a
barrios y ciudades, incapaces de competir con el turista de fin de semana.
Puede que quienes apuestan por esta solución, de cuya buena
voluntad no dudo, pretendan evitar que la ciudad se quede sin gente "de
verdad", que se convierta en un mero decorado fiestas y borracheras, pero
hacer lo que pretenden conlleva graves peligros. El primero el del desarraigo,
el exilio interior, que supone vivir en una "cajita", sobre la colina
o no, provisional siempre, sin historia y sin futuro.
Yo las he visto. Tengo suficientes años para ello, frías,
desangeladas, húmedas, ardientes en verano y, sobre todo, sin el más mínimo
calor de hogar, como almacenes para ciudadanos de segunda clase, sin la más
mínima esperanza de poder salir del agujero, nidos de miseria y enfermedad que,
en absoluto, restituyen, como pretenden, lo que, por justicia social, les
corresponde.
Lo malo es que esto que sucede hoy en Barcelona y, al paso
que vamos, acabará volviendo a pasar en Madrid, no parece preocupar a quienes
nos gobiernan o pretenden gobernar. Lo peor de todo es que tampoco parece
preocupar a quienes, sin saberlo, son o pueden acabar siendo carne de barracón,
sin bienestar, sin futuro, exhortados a ahorrar para pagarse lo que el Estado
les debe, las pensiones, la educación de sus hijos o la sanidad de todos, por
los mismos que se han comido su queso y sus ahorros, para enterrarlos en
cualquier paraíso fiscal.
Hoy publica EL PAÍS una encuesta que da la victoria a
Ciudadanos en unas próximas elecciones, un panorama terrible que a mí me
recuerda a aquel Aznar de su primera victoria, con sus garras liberales, con
sus fauces escondidas tras aquel bigote, con su pelo engominado de vampiro de
sainete, dispuesto a saltar sobre muestro futuro para saciarse con él y
entregar después la presa a sus amigos ultraliberales, los de los fondos
buitres y las guerras.
Por más que me cuenten cuentos, no soy capaz de ver en Ciuddanos
otra cosa. Pocas veces se ha mojado y, cuando lo ha hecho, se ha puesto siempre
del lado, si no del PP, sí de sus padrinos, mucho más cerca de los intereses de
la banca que de toda esa gente que, ciega está dispuesta a votarles. De momento
ya se ha hecho con amistades interesantes. Por ejemplo, ese diario EL PAÍS, con
la SER incluida, "cada vez más ciudadanizados", como dijo ayer Miquel
Iceta, para quienes no cabe la menor crítica a Rivera, el nuevo Aznar, o los
suyos. Ya son sus amigos y les va a sacar partido, el mismo que esos y otros
medios sacarán de una administración que considerarán un poco suya y que,
luego, a pesar de la decepción, ayudarán a sostener.
De ahí mi depresión, porque, ahora con Internet, con
televisión a la carta, con fútbol a todas horas y una aparente libertad de
expresión siempre vigilada, las cosas vuelven a ser hoy como ayer.
2 comentarios:
Que pena que en este siglo XXI ocurran todavia estas cosas y siempre los más débiles son los que los sufren. Muy buen artículo. Un abrazo.
Ciertamente ...
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