miércoles, 21 de febrero de 2018

ESTRATEGIAS


Ma pasaba en los ochenta con HB y su entorno y mis compañeros de entonces lo recordarán: sentía verdadera fascinación, no sin cierto temor, por la alambicada estrategia y el casi perfecto aparato de propaganda que, manipulando desde el relato hasta el lenguaje, convertía, y lo hizo durante décadas, a los verdugos en víctimas. Era un prodigio de comunicación, al servicio de la extensión de un doloroso conflicto que aún hoy, con cerca de un millar de víctimas a cuestas, sigue haciendo sufrir y separando a los vascos.
No quiero decir con esto que la Kale Borroka, ese terrorismo de baja intensidad que tanto dolor causó en Euskadi, y las movilizaciones del procés sean la misma cosa, en absoluto. Lo que ocurre es que la exacerbación de los mensajes y el relato que se dan en Cataluña y se dieron en el País Vasco van por caminos paralelos. De hecho, parece como si los independentistas autoexiliados estuvieran siguiendo los pasos y aprovechando la infraestructura que dejó el aparato que asistió a aquellos huidos a Francia.
Quien más y quien menos nos sorprendimos ayer con la aparición de Anna Gabriel en Suiza. Lo hizo apenas una semana después de que el Supremo le hubiese concedido una prórroga de en su comparecencia ante el juez Llarena que debiera producirse hoy, algo nada habitual en las dictaduras a las que la dirigente de la CUP trata de asimilar a la España que no comparte sus postulados y un abuso de confianza de quien ni siquiera quiere explicar por qué se comportó como lo hizo a lo largo de los meses que duró la última legislatura del Parlament de Cataluña.
Es eso lo más curioso de todo, que la ex diputada Gabriel no está acusada de nada de momento y que quienes han comparecido en los días en que ella estaba convocada, incluida su compañera Mireia Boya, fueron puestos en libertad, todas sin fianza, salvo la dirigente de Esquerra Marta Rovira, a la que se le fijó con todas las facilidades una de 60.000 euros.
Cabría pensar que Anna Gabriel ha puesto la venda antes de la herida o que tiene tan mala conciencia de lo que hizo que espera una seria condena que no está dispuesta a asumir, algo impropio de quien se supone que hizo lo que creía que debía hacer y que, por lo tanto, está dispuesto a asumir hasta el final las consecuencias de sus actos. Sin embargo, cada vez cobra más fuerza otra explicación para su huida, la de que todo responda a una estrategia de comunicación, a una premeditada intención de extender las repercusiones del conflicto y, sobre todo, devolver al primer plano el protagonismo de su alicaído grupo, la CUP, marginado, con sólo cuatro diputados, de la aritmética parlamentaria que tan bien manejó en la pasada legislatura.
Lo que ocurre es que todo está inventado, todo se ha hecho ya alguna vez, las ruedas de prensa y la entrevistas en el exilio no son novedad. Cualquier movimiento político necesita de héroes y mártires que extiendan su mensaje y guíen a sus acólitos y la CUP no podía ser una excepción, aunque en los dos últimos meses los estaba echando en falta. Ahora, haya o no haya orden de detención, se pida o no la extradición de Anna Gabriel, lo que está garantizado es que, durante semanas, ella y la CUP van a estar bajo el foco de la actualidad, algo que, de haber declarado hoy y haber sido puesta en libertad, como parece que iba a ocurrir no estaría a su alcance.
En fin, estrategia, para seguir en el imaginario de los votantes independentistas, ahora que el brillo del procés y especialmente el de las siglas que defiende Gabriel, languidecen. Eso, de puertas adentro, de puestas afuera, pensando en la rigidez moral de los suizos, nada mejor que cambiar de imagen, dejando de lado las camisetas y el flequillo de niña mala, para convertirse en una cándida y dulce profesora universitaria. Ya lo hizo en su día Bernardette Devlin, cuando se convirtió en la imagen de los católicos de Irlanda del Norte.

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Ciertamente interesante ...