martes, 20 de febrero de 2018

OTRO "SIMPA" INDEPENDENTISTA


De todo lo que he escuchado a propósito del larguísimo "procés" de independencia catalán, que sufrimos los españoles, especialmente los catalanes, sus principales víctimas. lo más sensato lo dijo hace unos días, ante los micrófonos de la Cadena SER, el diputado de Esquerra Republicana de Catalunya Joan Tardá. Lo dijo con la naturalidad que suele decir todo, sin los aspavientos de su vecino de escaño, Gabriel Rufián, y parece que, como no fue una de esas estridencias, a las que tan acostumbrados nos tienen los protagonistas de esta tragicomedia, lo que dijo pasó sin pena ni gloria a pesar de haber dado, quizá, con la clave de lo que está pasando.
Dijo Tardá que quienes, como él, llevan décadas luchando por la independencia de Cataluña, jamás hubiesen esperado tocarla con la punta de los dedos como ahora y lo dijo añadiendo que, en cierto modo, la precipitación de los acontecimientos, la concatenación de circunstancias que en él se han dado, les había sobrepasado. Yo, en mi fuero interno, agradecí la sinceridad de tan experimentado luchador, entre otras cosas, porque viene a explicarlo todo o casi todo.
Parece que hemos olvidado que no hace tanto tiempo los únicos defensores de la independencia, más allá de grupúsculos radicales, lo fueron los militantes de Esquerra, porque CiU, la coalición entre el partido creado a imagen y semejanza de Jordi Pujol y la UDC de Durán i Lleida, prefirieron siempre jugar al póker con "Madrid", gobernasen la derecha o los socialistas, para, "negocia que negociaré", vender caro su apoyo a la minoría mayoritaria de turno a cambio de concesiones y, sobre todo, del rédito electoral que suponía "poner de rodillas" al inquilino de La Moncloa. Y todo podía haber seguido siendo igual, de no ser, porque el 15-M y la precipitación en los tribunales de los escándalos de corrupción a uno y otro lado del Ebro, sacudieron como un terremoto los mapas electorales, dando protagonismo a fuerzas hasta entonces minoritarias y dejando a un personaje como Artur Mas y a su partido a los pies de los caballos de la justicia, sin otra salida que la que ya empleó con éxito Pujol, cuando acosado por el escándalo Banca Catalana, se envolvió en la bandera, poniendo en marcha la máquina del populismo sentimental y nacionalista.
Fue entonces, cuando Mas, que nunca había dado muestras de serlo, abrazó la fe independentista, convirtiéndose en el instrumento, el atajo, de los independentistas hacia su meta, haciéndose unos y otros con la mayoría, nunca absoluta, para conseguirla. es entonces cuando aparece una fuerza casi marginal, antisistema llegaron a decir, la CUP, que se ofreció para alcanzarla, a cambio, eso sí, de condiciones draconianas que incluían, la primera y principal, la renuncia de Artur Mas a presidir la Generalitat, lo que permitió salir a escena al personaje más estridente de la farsa, Carles Puigdemont.
El resto ya es Historia: la perversión del reglamento del Parlament, la aprobación, sin luz ni, mucho menos, taquígrafos, de la ley de desconexión, primero, y de la independencia después, para hacer el paripé de suspenderla después y comprometerse de inmediato en una de esas ceremonias a las que son tan dados, fuera del hemiciclo y sin opositores presentes, a volver a proclamarla por las bravas. Luego vinieron el referéndum y las torpezas del ministro del Interior y sus palmeros, el 155 y con él, la cárcel y la fuga para los dirigentes del procés, las nuevas elecciones y sus resultados calcados para los soberanistas y un desconcertante crecimiento de la derecha españolista bajo la marca Ciudadanos y, poco a poco, las disidencias entre ERC y Junts per Catalunya, construido por Puigdemont, otra vez a su imagen y semejanza y de espaldas al marginado PDCAT, mientras el president cesado y fugado a Bélgica, ganador de esas elecciones, condenaba a su pueblo al desgobierno y al 155, porque con sus excusas de mal pagador prefiere un país "patas arriba" y en declive a contemplar la posibilidad de ir a prisión, proponiendo ejercicios absurdos de política ficción que le permitirían tele gobernar Cataluña desde el napoleónico paraje de Waterloo.
Ahora, a la "tocata y fuga" se ha sumado la aguerrida Anna Gabriel, que, abusando de la confianza del Supremo, que le dio una prórroga de una semana para su declaración, se ha fugado a Suiza, paraíso anticapitalista de todos conocidos, para no afrontar sus posibles responsabilidades ante la justicia.
Puigdemont y Gabriel, los máximos animadores del procés, los catalizadores que han propiciado la explosiva reacción que nos ha traído a donde estamos, los que han pedido una ronda y otra ronda, para que no se acabara la fiesta, para que siguiese el mambo, han hecho sendos "simpas", dejando la cuenta y la factura de los destrozos a quienes no tenían su propia estrategia de defensa y, sobre todo, a la ciudadanía que, antes o después, tendrá que recoger los escombros y limpiar eso tan desagradable que dejan las resacas.

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