Lo peor de cualquier situación, especialmente las malas, es
que se enquiste, que no haya nada ni nadie capaz de desatascarla, y, aunque
quiero creer que hay movimientos discretos entre quienes sacar a Cataluña de la
ciénaga que la asfixia, para encontrar una salida legal, sólida y aceptable por
todos, es demasiado evidente que hay quienes, profetas del todo o nada,
prefieren hundir el barco a que llegue a otro puerto distinto al marcado en su
delirio.
Es evidente, también, que, por más que los justifiquen y
corrijan, habrá un antes y un después de los mensajes del deprimido y derrotado
Puigdemont a su ex conseller Comín. Mensajes sobre los que aún hay mucho que
explicar, pero que ahí están, como síntoma del cansancio de quien lleva
demasiado tiempo pedaleando sobre una bicicleta de piñón fijo y que sabe que,
en cuanto deje de hacerlo, caerá irremisiblemente sobre el asfalto de la
realidad.
En Cataluña, como en todas partes, hay quienes llevan años
trabajando por sus ideales, encuadrados en partidos o no, peleando en
parlamentos y ayuntamientos, trabajando en los barrios y los pueblos, con los
de abajo y los de abajo, y hay quienes, cuando los resultados de las elecciones
se prometen felices, aparecen en las listas, como mercenarios que, a cambio de
su nombre o su "experiencia", de lo que adornan sus nombres en las
listas, consiguen figurar en los puestos "de salida", asegurándose un
puesto de trabajo para cuatro años.
De estos últimos estaba llena la lista de Puigdemont, una
lista que parasitó al PDECAT y que, en aras de la cohesión, invocando las
prisas y el "tirón" electoral del president cesado, se llenó de todos
esos fieles a su persona, más que a las propias siglas, que, ahora, se han
transformado en un núcleo duro, cismático e inmovilista, en lo que debería
haber sido el partido heredero de aquella Convergencia que aglutino a la
derecha burguesa catalana.
Por desgracia, Cataluña parece condenada a la eterna
división, a la multiplicación de siglas que esconden o tratan de esconder
el pasado o las intenciones. El partido con el que Puigdemont llegó a la Plaça
de Sant Jaume ve ahora al exiliado como un obstáculo para esa salida necesaria
que ya está tardando en llegar.
Dicen que Puigdemont y los suyos, ese grupo de Junts per
Catalunya ajeno al PDECAT, se empeñan en torpedear cualquier salida posible,
porque lo que persiguen en forzar la convocatoria de unas nuevas elecciones a
las que el soberanismo acudiría, muy posiblemente, unido y con él como cabeza
de lista. Sin embargo, a nadie se le escapa ya que una cosa es ganar elecciones
y otra poder gobernar y que, para esto último, la única salida es ponerse a
bien con la justicia española y eso, hoy por hoy, sólo es posible si el
expresident "se entrega" de una vez en España.
Dicen también que se trabaja en otra salida que sería la de
convertir a Puigdemont en una especie de regente, de reina madre en el exilio,
que pusiese a salvo su dignidad herida, convirtiéndole en un nuevo e
innecesario Tarradellas en Saint Martin le Beau al que ir de vez en cuando a
consultar y rendir pleitesía, algo tan artificial como innecesario y que, a mi
modo de ver, no se correspondería con los méritos de quien ya anda buscando
casa en Waterloo, carísima zona residencial cercana a Bruselas, de infaustos
recuerdos para quienes, como Napoleón, quisieron abarcar más de lo que podían
apretar.
En tanto toman forma esos movimientos soterrados que sin
duda se estarían produciendo, sólo cabe esperar y confiar en quienes, como el
president del Parlament, Roger Torrent, parecen tener la calma y el buen
entendimiento que son tan necesarios para alumbrar el camino de salida.
Evidentemente, la calma y la discreción no les harán
populares como el histrionismo o la mística han hecho populares a Puigdemont o
Junqueras, pero en el "y ahora qué" en el que estamos son ellos los
realmente necesarios.
1 comentario:
Toda una reflexión ...
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