Qué bien le hubiese venido a Cristina Cifuentes que la
benévola sentencia dictada en por Audiencia de Pamplona contra esa asquerosa
manada de machotes se hubiese hecho pública un día antes, porque así quizá la
indignación que recorrió las calles y plazas de España hubiese ayudado a tapar
su propia vergüenza, si es que en algún momento llegó a sentirla al verse como
tuvo que verse por su mala cabeza y su soberbia y por no haber sabido parar a
tiempo el escándalo que ella misma alimentó día a día.
La sentencia, insoportable para cualquier mente racional,
limpia y ecuánime, "absuelve" a nueve años de prisión a esos cinco
energúmenos que hace dos años se presentaron en una Pamplona en fiestas con el
único fin de cobrarse alguna pieza, una joven, contra la que, después de
acorralarla sublimar su evidente complejo de inferioridad frente a las mujeres.
Insoportable, sin entrar siquiera en la baba que desprende el voto particular
del magistrado Ricardo Javier González, que, por el contenido de su voto, más
parece haber asistido a una sesión de cine "porno" que a la vista
oral del juicio por delitos tan graves.
Cómo puede pensar un juez, un terminal del Estado, ese
Estado que deposita en sus manos el destino de vidas y haciendas, que una mujer
acosada y sometida por cinco hombres mayores y más fuertes que ella, en
evidente estado de embriaguez, es decir, incapacitada temporalmente, puede
sentir placer y disfrutar ante tamaña barbaridad. Qué formación ha recibido, en
qué textos legales, en qué código ha encontrado argumentos para escribir, se
supone que después de haber reflexionado sobre ello, lo que escribió ¿No será
que ha visto demasiada pornografía y le ha dado el crédito que ha negado a la
víctima de este caso?
Alguien debería hacer algo contra este juez, empezando por
el Consejo General del Poder Judicial, porque junto a sus dos compañeros de
tribunal, aunque él sobremanera, han ensuciado la imagen que los ciudadanos
tenemos de la Justicia. Uno que, por trabajo, ha tenido que leer más de una
sentencia, tiene a veces la sensación de que algunos magistrados son escritores
frustrados, deseosos de pasar a la Historia, aunque sea la de la infamia, con
la exposición de la argumentación de algunos de sus fallos que se vuelve
especialmente tórridos y delirantes cuando tratan de la violencia contra las
mujeres.
Es terrible que, en ocasiones como ésta, se eche en falta
cualquier asomo de empatía hacia la víctima por parte de los jueces. A mí, que
soy muy fantasioso, no se me ocurre otra cosa que imaginar a esos jueces
rodeados por cinco energúmenos, el gorila de Brassens podría ser uno de ellos,
dispuestos a sacar de cualquiera de ellos, sin más violencia que su número y su
talla, el placer unidireccional que los machotes de la manada sacaron de su
víctima. Y después, para ella, para esos jueces imaginados, la soledad, el
desprecio y la crucifixión pública que sufrió la joven víctima que, a pesar de
ser mujer no se conformó con llorar su dolor, sino que se atrevió a denunciar a
sus agresores.
Afortunadamente y a pesar de la mente retrógrada de algunos
jueces y legisladores, la calle tiene peso y cada vez más. Por ello confío en
que, tras el terremoto de indignación que recorrió ayer de punta a punta las
calles de España, esa sentencia se corrija en instancias superiores. Sobre todo,
porque tras dar por bueno el relato que hace la víctima de lo que ocurrió en
aquel portal en Sanfermines, un relato que nos ha sobrecogido ignora la acritud
intimidatoria y potencialmente violenta de los agresores, para centrarse
únicamente en la poca resistencia que la víctima, aturdida y paralizada por el
miedo, les opuso. Un argumento, una coartada, legal o no, que deja en abuso lo
que evidentemente fue una violación grupal, de esas de las que presumen sus
descerebrados autores en vídeos que circulan por las redes.
Vídeos que sirven para alimentar la menta calenturienta de
algunos pornógrafos que, luego, escriben sentencias.