viernes, 27 de abril de 2018

JUSTICIA PORNOGRÁFICA


Qué bien le hubiese venido a Cristina Cifuentes que la benévola sentencia dictada en por Audiencia de Pamplona contra esa asquerosa manada de machotes se hubiese hecho pública un día antes, porque así quizá la indignación que recorrió las calles y plazas de España hubiese ayudado a tapar su propia vergüenza, si es que en algún momento llegó a sentirla al verse como tuvo que verse por su mala cabeza y su soberbia y por no haber sabido parar a tiempo el escándalo que ella misma alimentó día a día.
La sentencia, insoportable para cualquier mente racional, limpia y ecuánime, "absuelve" a nueve años de prisión a esos cinco energúmenos que hace dos años se presentaron en una Pamplona en fiestas con el único fin de cobrarse alguna pieza, una joven, contra la que, después de acorralarla sublimar su evidente complejo de inferioridad frente a las mujeres. Insoportable, sin entrar siquiera en la baba que desprende el voto particular del magistrado Ricardo Javier González, que, por el contenido de su voto, más parece haber asistido a una sesión de cine "porno" que a la vista oral del juicio por delitos tan graves.
Cómo puede pensar un juez, un terminal del Estado, ese Estado que deposita en sus manos el destino de vidas y haciendas, que una mujer acosada y sometida por cinco hombres mayores y más fuertes que ella, en evidente estado de embriaguez, es decir, incapacitada temporalmente, puede sentir placer y disfrutar ante tamaña barbaridad. Qué formación ha recibido, en qué textos legales, en qué código ha encontrado argumentos para escribir, se supone que después de haber reflexionado sobre ello, lo que escribió ¿No será que ha visto demasiada pornografía y le ha dado el crédito que ha negado a la víctima de este caso?
Alguien debería hacer algo contra este juez, empezando por el Consejo General del Poder Judicial, porque junto a sus dos compañeros de tribunal, aunque él sobremanera, han ensuciado la imagen que los ciudadanos tenemos de la Justicia. Uno que, por trabajo, ha tenido que leer más de una sentencia, tiene a veces la sensación de que algunos magistrados son escritores frustrados, deseosos de pasar a la Historia, aunque sea la de la infamia, con la exposición de la argumentación de algunos de sus fallos que se vuelve especialmente tórridos y delirantes cuando tratan de la violencia contra las mujeres.
Es terrible que, en ocasiones como ésta, se eche en falta cualquier asomo de empatía hacia la víctima por parte de los jueces. A mí, que soy muy fantasioso, no se me ocurre otra cosa que imaginar a esos jueces rodeados por cinco energúmenos, el gorila de Brassens podría ser uno de ellos, dispuestos a sacar de cualquiera de ellos, sin más violencia que su número y su talla, el placer unidireccional que los machotes de la manada sacaron de su víctima. Y después, para ella, para esos jueces imaginados, la soledad, el desprecio y la crucifixión pública que sufrió la joven víctima que, a pesar de ser mujer no se conformó con llorar su dolor, sino que se atrevió a denunciar a sus agresores.
Afortunadamente y a pesar de la mente retrógrada de algunos jueces y legisladores, la calle tiene peso y cada vez más. Por ello confío en que, tras el terremoto de indignación que recorrió ayer de punta a punta las calles de España, esa sentencia se corrija en instancias superiores. Sobre todo, porque tras dar por bueno el relato que hace la víctima de lo que ocurrió en aquel portal en Sanfermines, un relato que nos ha sobrecogido ignora la acritud intimidatoria y potencialmente violenta de los agresores, para centrarse únicamente en la poca resistencia que la víctima, aturdida y paralizada por el miedo, les opuso. Un argumento, una coartada, legal o no, que deja en abuso lo que evidentemente fue una violación grupal, de esas de las que presumen sus descerebrados autores en vídeos que circulan por las redes.
Vídeos que sirven para alimentar la menta calenturienta de algunos pornógrafos que, luego, escriben sentencias.




jueves, 26 de abril de 2018

DE BLANCO PUREZA


Vestida de blanco pureza y a lomos de su enorme soberbia, con la cabeza bien alta, según dijo y unos minutos antes del mediodía, porque esas eran las órdenes de "su" presidente, Cristina Cifuentes se fue. Se presentó ante la odiosa prensa que la ha acosado de día y de noche, por tierra mar y aire, para decir adiós a tres años de mandato y más de un mes de suplicio, consecuencia en gran parte por su tozudez en el empeño imposible de negar siempre lo evidente.
Ayer nos desayunamos, ella también, al borde de la náusea con la miserable difusión de las imágenes de la todavía presidenta madrileña mostrando el contenido de su bolso a un empleado de la seguridad de un hipermercado, que encontró entres sus pertenencias dos tarros de crema que previamente había escondido en él, después de haberlos sacado de sus cajas. Fue la gota que colmó el vaso de la agonía en que Cifuentes, con el beneplácito de su partido, con Rajoy a la cabeza, se había empeñado. 
Resulta curioso y muy decepcionante que Cifuentes, al frente de la seguridad en Madrid en los peores momentos de la represión pos 15-M, implicada en el saqueo del Canal de Isabel II investigado en la Operación Lezo, implicada también en la presunta concesión irregular de la contrata de la cafetería de la Asamblea de Madrid, sorprendida en posesión de un máster obtenido irregularmente, sin asistencia a clase, sin exámenes y sin trabajo final, todo un máster a domicilio sin el más mínimo esfuerzo por su parte, un máster "fabricado" en el corrupto Instituto del Derecho Público, cuyos responsables han  falsificado firmas y actas para darle una coartada... resultaría muy decepcionante y casi chusco que esta señora se tuviese que marchar por la vergüenza de haber sido sorprendida hace siete años en el hurto de dos tarros de  crema en un hipermercado.
Resultaría chusco y decepcionante, si no fuese espeluznante que su partido la ha puesto donde ha estado todos estos años, a sabiendas de que esas imágenes se conservaban ilegalmente y podían ser utilizadas contra ella, unas imágenes que llevan años circulando en los móviles de algunos dirigentes del PP en la Asamblea de Madrid, unas imágenes que, en manos de sus enemigos podrían convertirse en un arma letal y en manos de quien la nombró, Mariano Rajoy, en el botón de autodestrucción que se incorpora a los misiles por si, como Cristina Cifuentes, acaban perdiendo el rumbo.
Da mucho asco y mucho miedo enterarse de que hay gente capaz de hacerle eso a un compañero, da mucho miedo ver que, ahora, Ciudadanos va a respaldar al sustituto de Cifuentes propuesto por el mismo partido que la eligió, la sostuvo contra viento y marea y la defenestró de manera vergonzante cuando le convino. Da mucho miedo, pánico, que Ciudadanos vaya a llegar al gobierno de Madrid con el apoyo de lo que quede del PP tras las elecciones. Da mucho miedo y, tengo que insistir, mucho asco.
A la vista de la trayectoria y, sobre todo, del final de Cifuentes uno tiene la tentación de sentir piedad por ella. Piedad por quien genéticamente parece incompatible con la verdad, de quien parece incapaz de dominar determinados impulsos, de quien, después de sacar los tarros de sus envases y de ponerlos en su bolso, ante la indiscreta mirada de las cámaras de vigilancia del hipermercado, después de todo eso, registro incluido, es capaz de decir que todo ha sido un error involuntario, traicionando con ello su maniobra de auto encubrimiento, porque ¿acaso hay algún error que sea voluntario?
Sentiría piedad por ella, pero no la siento, porque su soberbia, su altivez, su persistencia en el error, su egoísmo, su actitud sin el menor asomo de ética, su nulo arrepentimiento, su afán por culpar a los demás de sus errores, involuntarios como los de todos, fruto de la temeridad, pero involuntarios, su falta de empatía con toda la gente que se ha visto perjudicada, estudiantes incluidos, a consecuencia de la chusca manera en que ha gestionado el relato del origen de su chusco máster. Piedad imposible, porque, sólo de pensar que hasta ayer hemos estado en manos de este personaje y vamos a seguir estándolo en manos de su partido.
Se presentó de blanco pureza, lista para el martirio, sin pensar que el dios Rajoy era el instigador de ese martirio, se vistió de blanco pureza, pero se dejó puesta toda la soberbia de que fue capaz y no fue capaz de una lágrima, una sólo lágrima que la hiciese creíble.

miércoles, 25 de abril de 2018

CHIRINGUITOS Y FUEGO AMIGO



Cualquiera que se hay movido en las inmediaciones del poder, más si lo ha hecho, como yo, desde la privilegiada posición que, al menos aparentemente, tiene la prensa, sabe de sobra lo que, a los líderes políticos, especialmente a los que están en el poder, les preocupa su propia imagen y el control de los medios, para amortiguar, desviar o, simplemente, tapar cualquier información que pudiera ser nociva para esa imagen.
Normalmente, quien se ocupa de ese control tiene la doble ventaja de gozar de la confianza del líder y disfrutar del poder que otorga la administración del dinero público que acaba en los medios en forma de publicidad institucional que, pese a que, por ley, debería adjudicarse de manera objetiva suele darse como premio o negarse como castigo a quienes son o dejan de ser dóciles con ese poder.
Sin embargo, el poder de quien ostenta ese cargo va mucho más allá, porque su proximidad al "jefe" o la "jefa" roza la intimidad y, ya se sabe, quien está presente en los momentos más discretos tiene la potestad añadida de guardar y administrar secretos, los secretos de las relaciones que mantienen, las filias y las fobias, los chanchullos y las miserias que suelen acompañar al poder y a quien lo ejerce.
En la Comunidad de Madrid, durante muchos años el control de los medios le ha correspondido a una mujer, Isabel Gallego, de la total confianza de Esperanza Aguirre, extendido más tarde a su sucesor Ignacio González, caída en desgracia con el ascenso de Cristina Cifuentes, martillo de corruptos, y, también, implicada, mucho, en la investigación que se sigue contra la trama de corrupción establecida por Francisco Granados y destapada en la llamada Operación Púnica. Una trama consecuencia de la sofisticación que llegó el poder en Madrid, invirtiendo ingentes cantidades de dinero público que se desviaba de obras y contratas, dinero que se empleaba en la mejora de la imagen pública de líderes y consejeros del partido en Madrid, dinero de cuyo destino y origen sabía mucho la señora Gallego.
Pues bien, ahora que vienen mal dadas, las palmas de la loa se vuelven cañas con las que defenderse de los adversarios o, simplemente, agredirlos. Y la señora Gallego, de la total confianza de Esperanza Aguirre y su sucesor, Ignacio González, no quiere "comerse" sola este marrón y, para ponerse a salvo, ha decidido hurgar en el baúl de sus recuerdos, selectivamente, eso sí, poniendo a disposición del juez datos fundamentales y pistas sobre lo que ha calificado como chiringuitos y que no son otra cosa que los proyectos, empresas públicas, fundaciones y presupuestos de los que determinados consejeros de uno y otro gobierno obtenían los fondos con que pagarse el maquillaje reputacional que necesitaban.
Ayer mismo pudimos escuchar un fragmento de la grabación de la declaración en la que señalaba a sus excompañeros. Ayer pudimos escuchar como, uno tras otro, iba señalando los chiringuitos en que cada uno de ellos había convertido los organismos que quedaban a su alcance.
Debe ser algo congénito en la gente del PP, porque el senador Agramunt, que presidió la Asamblea del Consejo de Europa convirtió aquel cargo, lo supimos ayer por un informe del propio consejo, en su propio chiringuito desde el que, a cambio de viajes, vacaciones, electrónica y prostitutas, hizo lo posible para dar por buenas unas dudosas elecciones en Azerbaiyán.
Ya por último y mientras escribo esto, me entero de que Cristina Cifuentes no sólo recibe regalos, sino que se los hace: dos cremas de belleza robadas en un supermercado cercano a la Asamblea en la que mintió hace unos días. En fin, para mear y no echar gota.
Habrá que ver quién, en este sálvese quien pueda, en este aflorar de chiringuitos y choriceos ha hecho su particular fuego cruzado con las imágenes de la ya no tan presunta inocente.

martes, 24 de abril de 2018

VALLS Y RIVERA


Lo que me quedaba por ver: España exportando lo mejor de su juventud a Europa, al tiempo que aquí nos llegan un "apestados" de la política europea, Manuel Valls, fracasado al frente del gobierno que presidió en Francia, para ser el cartel de Ciudadanos para Barcelona en las próximas municipales. La pirueta, sin alma como casi todo lo que hace, se la debemos a Albert Rivera, el rey del casting, que, después de llenar sus listas de chicas, todas guapas, todas iguales, parece dispuesto a fichar, como si de un brillante delantero se tratase, a la gran esperanza de la política francesa, lesionado, "chupando" banquillo y buscando desesperadamente otro equipo, otra liga, por los que pasear su más que evidente cojera.
Manuel Valls, nacido en Barcelona, es la prueba más evidente de la desintegración del socialismo en Europa. Llegó a la jefatura del gobierno francés desde el ministerio del Interior y después de llevar a cabo una de las políticas de inmigración más repugnantemente duras en Europa, que nada tenía que ver con la idea de Francia como tierra de asilo. Valls es, que no lo olviden los barceloneses, el ministro del interior de los campamentos de Calais, el que permitió la detención, casi un secuestro, de una escolar inmigrante y adolescente, en el autobús en que acudía a clase, por gendarmes armados, en una escena que en mi cabeza, lo siento, se confunde con el intento de asesinato de la hoy premio Nobel Malala Yousafzal, que recibió un disparo en la cabeza del talibán que pretendía impedir que, siendo mujer, recibiese la misma educación que reciben los niños en Pakistán.
Está claro que yo jamás daría mi voto a un personaje como ese que, después de haberse quitado la máscara, revelándose como un reaccionario emboscado en la izquierda, se transmuta en el candidato de la derecha más sospechosa para la alcaldía de la ciudad de Barcelona.
Mal vamos si nuestra política local, la única a la que pueden acceder los ciudadanos extranjeros de la Unión Europea, se convierte en el cementerio de elefantes a que van a morir los viejos elefantes de la política europea, porque éste es viejo antes de tiempo y está caduco en un país, el suyo, en el que ya nadie le cree. Me pregunto qué puede buscar, más allá de un empleo fijo y con prestigio para cuatro años, un personaje que ha ocupado el segundo escalón del poder en Francia. No encuentro explicación a sus aspiraciones, como tampoco la encuentro para un fichaje como éste, por más que el autómata Rivera lo pretenda como si fuese el de una estrella, sobre todo porque Valls tiene pasado y un pasado nada defendible, porque el camino que ha seguido hasta ahora está sembrado de cadáveres, entre ellos el del Partido Socialista Francés.
Quizá sea yo el que está equivocado y Rivera no haga más que obedecer a esos jeques de la política que, como los que están arruinando parte del fútbol europeo. Fichan y fichan, Rivera es en sí mismo uno de esos fichajes, el primero, y levantan estructuras como Ciudadanos para que se encarguen de velar por sus intereses que, por desgracia lo veremos, nunca son los nuestros. Rivera apareció un día en el panorama político catalán, casi sin antecedentes, sin pasado, pero sí con un evidente respaldo, bastante oscuro y siniestro -el capital y la banca son siempre siniestros- como si quienes fracasaron con la Operación Roca a finales de los ochenta pretendiesen, esta vez, hacer bien los deberes.
Valls y Rivera, Rivera y Valls, un tándem nacido del márquetin que sobrevuela la política española de esa manera que todos sabemos. Ojalá los barceloneses no se dejen engañar por ellos.

lunes, 23 de abril de 2018

CAMISETAS Y PITOS

Pocas cosas hay más peligrosas, quién lo duda, que una camiseta o una bufanda de color amarillo. Todo el mundo sabe que las carga el diablo, que, con ellas, se puede subvertir a todo un país y que ese color tan estridente queda feo en la grada de un estadio. Además, desde hace siglos sabemos, porque los romanos nos lo enseñaron, que, con muchas piedrecitas, aparentemente insignificantes, se puede escribir y se pueden componer imágenes, imágenes que, en el caso que nos ocupa, la final de la Copa del rey en el nuevo Metropolitano, podían herir la sensibilidad de Felipe VI o, más fácil de creer, la de las almas sensibles a las que ofende el ejercicio de la libertad de expresión.
Quizá por ello, el despliegue policial de la tarde noche del sábado en los alrededores del estadio tenía entre sus fines el de encontrar y requisar sin orden ni concierto varios miles de peligrosas camisetas y bufandas de color amarillos que sus propietarios, pacíficamente, fueron depositando en contenedores sin que, que yo sepa, les fuese firmado recibo alguno por ellas, como si de un cortaúñas o un frasco de perfume más voluminosos de los permitido requisado en un aeropuerto se tratara. Una medida arbitraria que sólo es posible adoptar cuando previamente se ha domesticado a la ciudadanía para que, en aras de una presunta seguridad, ante cualquier medida de este tipo y bajo el chantaje de que, de no mostrar la docilidad requerida, perderán su avión o la final tanto tempo esperada.
¿Dónde han ido a parar todas esas prendas incautadas, dónde van a parar los cortaúñas de Barajas? ¿Se queman, se destruyen o se donan a una ONG para que los distribuya en países necesitados? No lo sé ni creo que lo llegue a saber nunca, pero he ahí un bonito reportaje para el que quiera desarrollarlo, un reportaje digno de "Equipo de Investigación" de La Sexta. Mientras tanto, creo que el safari del sábado sólo responde a un calentón, otro, del ministro Zoido que, una vez más, ha conseguido salir en las portadas y las cabeceras de los telediarios por todo lo contrario de lo que pretendía. No sé si el ministro sevillano es consciente de ello, pero lo de la caza del culé de amarillo ha tenido el mismo efecto que lo del crucero disfrazado de Piolín: le ha puesto en evidencia otra vez ante propios y extraños, dejando claro que en ese ministerio algunas decisiones se toman sin meditarlas demasiado.
Lo que no pudieron evitar Zoido ni el coro de comentaristas y correveidiles de siempre es que el himno español se llevase otra sonora, valga la redundancia, pitada, pese a los esfuerzos del DJ del estadio que subió el volumen del himno hasta límites peligrosos para los tímpanos o de los cantores del "lolo lolo", empeñados de acallar los pitos.
¿No se dan cuenta de que la principal función de los símbolos, y el himno es uno de ellos, es el de ser pitados o abucheados, ni de que pitar a un himno o una bandera es una sana manera de descargar toda esa adrenalina que, de quedarse dentro, entonces sí, puede transformarse en violencia? ¿Cuál será la próxima ocurrencia? ¿Quizá colocar bozales a quienes lleven escrito en la mirada que piensan pitar al himno, la bandera o al rey o amputarles uno de los labios, para que no puedan silbar, como en la Edad Media se amputaba un par de dedos a los prisioneros para impedir que pudiesen volver a disparar un arco el resto de sus vidas?
Lo del sábado fue tan ridículo como crueles eran las salvajadas medievales y, además, completamente ineficaz, porque, aunque el árbitro y sus ayudantes fueron los únicos que pudieron "pasar" legalmente camisetas amarillas, irónicamente fue el color escogido para pitar la final, y silbatos, el "ruido" de la patochada policial aún resuena. 
Por cierto, hubo justicia poética, porque el ministro Zoido, conocido sevillista, no acabó bien la noche, porque tuvo que ver a su equipo del alma derrotado por un humillante 0-5

viernes, 20 de abril de 2018

GRACIAS, DOCTOR MONTES


De todas las fechorías cometidas por el PP a lo largo de su historia, la peor de todas, al menos para mí, es esa muerte civil, afortunadamente frustrada por la justicia, que pretendió para Luis Montes, el jefe del Servicio de Urgencias del Hospital Severo Ochoa de Getafe, y sus compañeros, a los que acusó poco menos que de acabar con la vida de sus pacientes, cuando lo único que pretendían era aliviar el sufrimiento de sus pacientes. Y, todo, con el único fin de allanar, mediante el desprestigio de la Sanidad Pública, el camino al expolio de ésta, perfectamente planificado y acordado con grandes empresas del sector, sin importarles el sufrimiento de esos enfermos terminales que, a causa de la vil persecución que, en la prensa y en los juzgados, sufrieron Motes y los suyos. se vieron privados de su derecho a esperar la muerte sedados, por el miedo de otros facultativos a ser acusados, como él, poco menos que de exterminar a sus pacientes.
Ayer, Luis Montes murió inesperadamente camino de un acto de la Asociación por una muerte digna que, desde que se vio obligado a dejar su carrera, presidía. Murió d un infarto sin que, a sus verdugos sin sayón, de corbata y cuello blanco, se les hubiese pasado por la cabeza pedir perdón, ni a él y ni a todos aquellos pacientes que, durante años, tras esa caza de brujas tan injustamente desencadenada, se vieron condenados a morir exhibiendo su dolor interminable, sufriendo y haciendo sufrir a los suyos, por habérseles negado esa muerte digna y tranquila a la que todo ser humano tenemos derecho.
Afortunadamente, la campaña del PP madrileño no duró mucho en el tiempo, en cuanto se hicieron con el botín lo dejaron y la sociedad se impuso, se está poniendo, poco a poco a esos falsos prejuicios que, en el caso de las denuncias contra el doctor Montes, ocultaban sólo codicia, perfumada de olor a incienso y rancias sotanas. Afortunadamente, se han dado pasos legales para dar seguridad jurídica a los sanitarios que asisten en el dolor a los enfermos terminales, afortunadamente, cada vez se da más importancia a los cuidados paliativos en la sanidad española, afortunadamente, cada vez más, los sedantes sustituyen a los "santos" óleos en la cabecera de los moribundos, afortunadamente el PP y sus miserias no pudieron con la dignidad y el ejemplo de Luis Montes, afortunadamente.
Gracias a Montes y otros como él, que saben diferenciar el grito y la desesperación de la vida, morir en un hospital o en casa con los tuyos es mucho más fácil, más humano. Gracias a ellos, que han entendido y nos enseñan que ayudar a morir es también curar, aliviar el sufrimiento, mi madre pudo despedirse de sus hijos en su cama del hospital, despacio, cogiéndonos las manos y diciéndonos lo mucho que nos quería. Afortunadamente, con el mismo cariño pudimos decirle adiós y su muerte fue una exaltación de su vida y no una tragedia. 
Ahora que ya he pasado por ello no puedo explicarme cómo un ser humano puede negarle a otro ese derecho a un buen morir. Y no sólo eso, también dudo que toda esta gente tan llena de poder, dinero e influencias sea capaz de privar a los suyos, de privarse a sí mismos de ese derecho. Sería tan fácil caer en la trampa de desearles esa misma muerte cruel, inhumana, que, con su injusta campaña contra el doctor Montes, forzaron a tanta gente. lo sería, pero mejor es no hacerlo, aunque lo merezcan, pero no podemos ponernos a su nivel, porque no podemos desear a otros lo que no queremos para nosotros ni para nuestros seres queridos.
Por eso, en este momento, sólo quiero dar las gracias a Luis Montes y a otros que, como él, dan cada día ejemplo de sabiduría y humanidad.

jueves, 19 de abril de 2018

TONTERÍA Y MEDIA


¿Se puede ser tan torpe como lo fue ayer Carolina Bescansa publicando "su" famoso borrador, ese en el que "ofrece" a Íñigo Errejón un pacto para desbancar a Pablo Iglesias del poder en Podemos? En mi opinión, ni se puede ser ni lo ha sido. Y si digo esto es porque tengo derecho a pensar que todo ha sido una trampa tendida a Errejón por la misma Bescansa o por ese ejército de gremlims juguetones que, no sólo elaboran por su cuenta y riesgo, eso dice la diputada, un "borrador" tan desestabilizador para la dirección de Podemos como comprometedor  para Errejón, sino que, además, se permiten la alegría de confundirse de ámbito y lo publican a los cuatro vientos, un ejército oscuro que a nadie le sorprendería  que estuviese lleno de topos.
Lo más probable es que esto sólo sea una paranoia mía, inducida por la enorme decepción que han dejado en mí los últimos meses de la historia de Podemos, pero tengo derecho a pensarlo. Tengo todo el derecho a desconfiar de un partido que ha dilapidado en un tiempo récord, apenas tres años, tanto poder y tanta esperanza como la ciudadanía había puesto en sus manos. Un partido que, al menos en lo que a su dirección se refiere, se ha comportado como nos cuentan que se comportaron quienes hace más de un siglo se pusieron al frente de la Revolución de Octubre.
A quién beneficia la aparición de ese documento. No cabe duda de que al que menos gracia le habrá hecho verse en los medios disputándole el protagonismo en los telediarios a Cristina Cifuentes es al propio Errejón, colocado bajo los focos a medio vestir como protagonista involuntario de un asunto en el que no le ha gustado nada aparecer. También perjudica a Carolina Bescansa, aunque no tanto, dada su escasa relevancia en el partido desde que se apartó, o se vio apartada, de la dirección del partido en el último "Vistalegre". Así que, descartando al uno y a la otra, aparece como fundamental beneficiado el extrañamente silencioso Pablo Iglesias, que, curiosamente, no ha dicho ni "mu" ante tamaño terremoto en su partido.
Desde luego, a quienes no beneficia en absoluto es a los votantes de Podemos que, una vez más, se sienten defraudados y con ganas de comerse el voto antes que volver a dárselo a quienes lo van a desperdiciar enredándose en extenuantes peleas fratricidas, en vez de "ponerlo a trabajar" al servicio de los ciudadanos de un país que lo que necesita es que sus dirigentes dejen se arremanguen y se den a la faena, en de mirarse tanto el ombligo y ocupar su tiempo en poner chinchetas en la silla de sus "queridos compañeros".
Cosas como estas son las que me hacen perder la fe en los partidos políticos, que parecen vivir en una burbuja de cristal con la seguridad de un buen sueldo durante cuatro años que, a veces, por no decir siempre, importa más defenderlo que defender a quienes, votándoles, lo hacen posible. Quizá por eso soy más del Barça que del PSOE o de Podemos, ser del resto de partidos sería como "hacerme" del Madrid, y eso que el Barça, como todos, también me da disgustos de vez en cuando.
Lo escribía ayer en Facebook, saludos míster Zuckerberg, los partidos políticos se parecen más entre sí de lo que se parecen a quienes les votan. Incluso este Podemos que parecía venir a limpiar y a sanear los lugares en que, si no se ejerce el poder, sí se hace la política. Por el contrario, en un tiempo récord, ha reproducido los vicios y errores y de los ”viejos” partidos y, sin el menor pudor, a plena luz del día.
Hace apenas unos días, Pablo Iglesias advertía, a propósito del inicio del proceso de primarias en Madrid. "Ni media tontería", dijo. Pues ya tiene su respuesta: tontería y media.

miércoles, 18 de abril de 2018

LA MENTIRA ES EL "PECADO"


Qué más tiene que pasar. para que Cristina Cifuentes, cada vez menos nocente, menos presunta. se dé cuenta de que la mentira es el pecado. La mentira, adornada por su desmedida soberbia y el absoluto desprecio por los demás que muestra en cada una de sus cada vez más escasas apariciones públicas.
Cada vez está más claro que la presidenta de la Comunidad de Madrid está abocada a un final, si no trágico, porque es evidente que, para alguien como ella, perder el poder y el prestigio sería toda una tragedia, sí, desde luego, deshonroso. Dónde iría, tras su dimisión o su derrota en la cada vez más cercana moción de censura esta señora que lleva cuatro semanas escondida o mintiendo "por tierra mar y aire, mañana, tarde y  noche, reiteradamente ante los medios o en sede parlamentaria", dónde acabaría esta mujer que, en apenas un mes, ha pasado de ser la presidenta "guay" del nuevo PP a convertirse en una apestada con la que sólo unos pocos, los más fieles, los que tienen su destino unido al suyo, los que andan en cosas parecidas a su máster, los que la temen o la necesitan, continúan arropando.
Dudo que su destino, como soñaba sea en una universidad. Están curadas de espanto y no creo que quieran entre sus muros a un personaje tan tóxico como ella, capaz de hundir en un mes el prestigio de una de las pocas instituciones que los conservaban en España. Dudo que alguna empresa, aunque "cosas veredes, amigo Sancho", quiera en su consejo de administración a un personaje tan poco de fiar como ella. En cuanto a su partido, probablemente esté dando la cara por ella porque no le queda otro remedio, porque tiene muy claro que, cuando entre en su despacho un inquilino de otro color político, los armarios, los cajones y las alfombras van a ser puestos del revés, para sacar a la luz los fantasmas y secretos de casi tres décadas de gobierno ininterrumpido, más sabiendo que sus antecesores han sido nada menos que Alberto Ruiz Gallardón, Esperanza Aguirre o Ignacio González.
De ahí que ella se resista y su partido la sostengan, por ejemplo, como lo hace Paloma Adrados, presidenta de la Asamblea de Madrid, que, en el más puro estilo Forcadell o Torrent, sigue sin fijar fecha para debatir la moción de censura planteada por los socialistas con el apoyo de Podemos y parece, aunque, de momento, sólo lo parece, de Ciudadanos. Después, salvo que, si finalmente hay moción y sus promotores la pierden, difícilmente volverá a ser la candidata de un partido, el PP de Madrid, seriamente tocado y dividido por éste y otros asuntos parecidos.
Los que la defienden son cada vez menos. La prensa más fin, junto a los medios públicos bajo control del PP, prefieren pasar de puntillas sobre el máster y sus consecuencias. Su amiga María Dolores de Cospedal, poseedora de un máster igual o parecido al suyo, se ha convertido en su más ardiente y quién sabe si única defensora. En cuanto al aguerrido portavoz en el Congreso, Rafael Hernando, si lo hace, parece que lo hace más por obligación del cargo que por convencimiento. Tanto es así, que ayer mismo tras esparcir basura, su propia basura, sobre Ciudadanos y el PSOE, de Cristina Cifuentes se limitó a decir en defensa de Cifuentes que su máster "se lo dieron y lo pagó", todo un acto fallido por el que en cierto modo admitía el regalo y negaba el esfuerzo de la huidiza presidenta.
La renuncia de Cifuentes "a su máster", un gesto inútil previo a ser despojado de él, fue algo parecido a lo de Hernando, porque, pretendiendo ponerse a salvo de toda culpa, admitiendo haber gozado de  todas las ventajas que ya se han evidenciado, "condiciones preferenciales" acaba de decir Hernando en la SER, no hizo otra cos que admitir que desde el día que se supo de la modificación de sus notas, desde que, esa misma noche, exhibió el acta falsificada que le fabricaron como coartada, no ha hecho otra cosa que mentir y aunque, a quien, por la facilidad con que miente, le cueste creerlo, la mentira, señores, es el pecado y, dependiendo de dónde y cómo se mienta, también es el delito.

martes, 17 de abril de 2018

CIFUENTES, CON "CI" DE CINISMO


¿Se puede renunciar a lo que no se tiene? ¿Se puede devolver como si nada lo que se ha comprado a un perista? ¿Se puede recoger una medalla en una maratón después de haberse incorporado a la carrera en la última curva, fresco como una rosa? Al parecer, Cristina Cifuentes así lo cree y, cada día que pasa, se empeña en demostrárnoslo.
La todavía presidenta presidenta de la Comunidad, sólo porque el PP de Mariano Rajoy así lo quiere, sigue empeñada en demostrarnos que su cinismo no tiene límites y que tiene pánico a que sus faltas, sus pecados se vean en los juzgados. Ha bastado que el rector de la Rey Juan Carlos anuncie primero y consagre después en una Tribuna de EL PAÍS que se le retirará el polémico máster si los tribunales determinan que ha habido irregularidades en su obtención, para que, en una carta dirigida al rector se permita anunciar que renuncia a ese título y que su falta ha sido la de acceder a las facilidades que se le dieron para obtenerlo.
Hace falta tener descaro o mucho morro, como se dice en mi barrio, para pretender resolver con una simple carta esta polémica, de las más largas y con mayores consecuencias que ha vivido la política de este país, Hace falta tener mucho morro para creer que se puede seguir así, como si nada, después de haber mentido un día y al siguiente, en "las redes" o en sede parlamentaria, en la convención de su partido o en entrevistas amigas, nunca en rueda de prensa. Hace falta ser algo más que inmoral para pretender salir sin daño, después de haber dejado en las cunetas de su camino de perdición la carrera de tantos funcionarios y el prestigio de toda universidad.
Hace falta, sin duda, pero todas esas "cualidades" de Cifuentes que acabo de enumerar no bastarían si Rajoy, especialista en momificar los cadáveres de tantos muertos vivientes como hay en su partido, no hubiese tomado la decisión de darle refugio en su armario, hasta que el hedor de sus fechorías hiciese insoportable su vecindad. 
Cristina Cifuentes ha demostrado de sobra su amoralidad, anunciando querellas insostenibles para dar credibilidad a sus mentiras o exhibiendo públicamente documentos falsificados, reconstruidos dijo el director del susodicho máster, que supuestamente certificaban su defensa de un trabajo fin de máster que, ni en sueños se había producido, entre otras cosas, porque ese trabajo nunca apareció ni en sus archivos ni en los de la universidad, porque difícilmente existió. Cristina Cifuentes ha demostrado no tener el más mínimo respeto por el esfuerzo de sus compañeros ni por el de los miles y miles de universitarios que, trabajando para poder mantenerse y pagar sus matrículas, robando horas al sueño y al ocio, "cursan", ellos sí, unos estudios que, ahora, gracias a las trapacerías y mentiras de Cifuentes se han visto devaluados y arrastrados por el barro.
Cristina Cifuentes, con "ci" de cinismo, dice renunciar a un título que despreció desde la tribuna de la Asamblea de Madrid y que, si lo tuvo, fue porque lo compró con dinero y con favores. Ahora, recogerá el aplauso de sus compañeros de partido que, confundiendo la honradez con el aplomo temerario, se limitan a esperar, como en la Edad Media, el veredicto de un dios inexistente, Rajoy, rodeado de los despojos de su apática política. Lo malo, lo peor, es que estas estratagemas de Cifuentes y su partido van a surtir el efecto deseado con bastantes de sus votantes que serán capaces de ver en esta villana una heroína llena de dignidad que renuncia a lo que es suyo para no hacer más daño a su partido. Lo dicho, Cifuentes con "ci" de cinismo, lo que se merecen y, al parecer, admiran sus votantes.

lunes, 16 de abril de 2018

EL CULO Y LAS TÉMPORAS


Entre las orillas de la verdad y la mentira hay todo un océano de matices que hay que navegar cada vez que se escribe o se abre la boca, más, si lo que afirma quien habla o quien escribe tiene, por razón del cargo que ocupa o por su notoriedad, mayor trascendencia que lo que dice la gente "de a pie", por eso me apena tanto que determinados personajes se dejen llevar por el escenario y el momento y, sin meditar mucho lo que dicen, "la suelten" sin medir las consecuencias y "la armen", poniendo en peligro su credibilidad, salpicando, demás, a quienes representan.
Lo hizo ayer la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, a la que se le calentó la boca a la hora de defender la decisión de su ayuntamiento de cambiar el nombre de la calle "Almirante Cervera" por el del actor Pepe Rubianes, vecino de la misma y muy querido por el público en Cataluña y fuera de ella. Una decisión que no necesitaría de más explicación que la de que se ajusta a la Ley de Memoria Histórica y que el anterior nombre, el del almirante que mandaba en 1898 la flota que fue masacrada por los buques enviados por los Estados Unidos en apoyo de los rebeldes cubanos en su afán de dejar de ser súbditos del rey de España. Lo hizo, tildando de facha al almirante, con estatuas en el país que logró la independencia a su pesar, a pesar de que murió en 1909, cuando el fascismo ni siquiera era un proyecto en la mente de Benito Mussolini ni, mucho menos, una coartada en manos del franquismo.
Lo de la alcaldesa vino a ser como considerar feminista a Agustina de Aragón o llamar demócratas a los Comuneros de Cartilla, una consecuencia más del maniqueísmo en que nos movemos, arrastrados por la simplificación del lenguaje y de los hechos a que se refieren con él a que tan acostumbrados nos tienen nuestros políticos. Quiero pensar que lo de Ada Colau fue sólo un descuido, que, por no sé qué motivo, no tuvo tiempo de enterarse de quién era el almirante o en qué época vivió, otra cosa, la ignorancia temeraria o la costumbra de asimilar los uniformes con el fascismo sería mucho más preocupante, lo quiero pensar y dese que, en breve, convenientemente asesorada, de algún modo se disculpe ante los herederos del almirante y antes quienes, como yo, nos hemos sentido ofendidos por tan tremendo desliz.
También quiero dejar constancia de que me encanta que el genial Pepe Rubianes, con cuya crónica del prendimiento de Jesús en el huerto de los olivos aún me río, tenga su calle en Barcelona y que ésta sea precisamente la calle en que vivió. Cómo no, ni me planteo que la decisión de cambiar el nombre de una calle que fue bautizada por el franquismo, en 1942, en plena posguerra, con el nombre del almirante, el mismo que llevaba un acorazado, tristemente famoso por haber bombardeado a la población civil durante la guerra, me parece correcto, faltaría más.
Lo que ya es difícil de explicar es que se haga pensando que el almirante Cervera fue un militar franquista o, como dijo la alcaldesa, un facha. Eso sería confundir el culo con las témporas y no lleva más que a equivocar a la gente y a extender y justificar el sectarismo.

viernes, 13 de abril de 2018

TITULITIS


Vaya por delante que no creo en los currículos, que, si me apuran, no creo en los títulos, quizá porque mi profesión, el periodismo, es poco más que un oficio que se aprende trabajando día a día, un oficio en el que los títulos, especialmente el de Periodismo, poco o nada garantizan. De hecho, yo, que lo he ejercido durante más de tres décadas, pese a que enseñe periodismo en la universidad, no tengo la licenciatura en Periodismo sino en Imagen Visual y Auditiva.
No creo en los en los currículos, tampoco en algunos títulos, quizá también porque con currículos tan extensos y brillantes como los de Cristina Cifuentes o Pablo Casado hay jóvenes repartiendo pizzas, preparando hamburguesas, sirviendo copas o preparando oposiciones, no por falta de brillantez, sino porque no tienen o en su día no tuvieron el carné de partido o el padrino apropiados.
Recuerdo que, a mis alumnos de Periodismo, alguno lo recordará también, les desconcertaba saber que, de ninguno de los compañeros que he tenido en mis años de profesión, he sabido cómo era de brillante su expediente académico. No me interesaba, a mis jefes tampoco, bastaba con saber cómo conseguían las informaciones, cómo la elaboraban, cómo la escribían y cómo la ponían en antena.
Todo esto me viene a la cabeza, porque en mi comida de los viernes, una especie de tertulia para pasarlo bien, en la que cada uno es ·de su padre y de su madre", surgió hace una semana el asunto del máster de la cada vez menos presunta inocente Cristina Cifuentes y, de paso, el de eso que llamamos la "preparación" que deben tener los políticos y que, curiosamente, fuimos los licenciados quienes más en duda pusimos que fuese necesaria, quizá porque llevamos a cuestas la experiencia de haber sentido en el mundo laboral, en nuestra primera redacción, la decepción de comprobar lo poco y mal preparados para ejercer esa "profesión" para la que supuestamente estábamos capacitados.
Mi abuelo decía que, para hacer cualquier cosa, reparar un reloj, por ejemplo, el mejor es siempre "un pastor que sepa", pues en la mayoría de las actividades ocurre lo mismo y en la política, además, que sepa y que sea honrado. De que nos sirve a los ciudadanos que nuestros gobernantes saquen brillo cada mañana a sus currículos y quiten el polvo a sus títulos. De nada, absolutamente de nada. Lo que deberíamos conocer de ellos, lo que deberían demostrarnos cada día, a cada momento, es lo capaces que son de velar por todos nosotros, administrando con honestidad y con justicia nuestros impuestos.
Lo malo es que, antes de comprobar para qué sirven las carreras y los másteres de nuestros jóvenes, en este país estaba muy extendida la idea de que quien fuese capaz de enseñar más títulos mejor nos gobernaría, pero nada más lejos de la realidad, porque, como en el sexo, el tamaño, del currículo, no importa o, al menos, importa poco.
Me las daría de listo si dijese que sospechaba de Pablo Casado por tan brillante y extenso currículo, conseguido además en tan pocos años, como era capaz de lucir. Más que sospechas lo que anidaba en mí era la envidia y un cierto desapego hacia un tipo tan empollón como él. Sin embargo, al enterarme esta mañana de que lo que Casado luce como posgrado en Harvard no es más que un curso de cuatro días en Aravaca y que su máster “cifuentitil” consistió sólo en cuatro trabajos que, juntos, ocupaban poco más de noventa folios.
Llegado a este punto, me pregunto por qué se ha sido tan benevolente con Pablo Casado, en comparación con la presidenta madrileña y su máster ¿Sólo porque es guapete y simpático? ¿Quizá porque nos abrumó con las "pruebas" que Cifuentes no fue capaz de mostrar? Como ya voy teniendo una edad puedo recordar a Luis Roldán paseando por los medios una voluminosa carpeta con las pruebas de su inocencia. Más bien me inclino a pensar que fue sólo porque Casado aún tiene poder en la calle Génova y tuvo tiempo para poner a remojo sus barbas.
En fin, seamos positivos y quedémonos con esa fiebre limpiadora de currículos que les ha dado a nuestros políticos, alegrémonos de que, aunque sea por miedo a las consecuencias, dejarán de pasarnos por los morros todos esos títulos del "todo a cien", con que nos apabullaban. Alegrémonos y conjurémonos para exigir a nuestros representantes un sólo título, el de su honradez.

jueves, 12 de abril de 2018

LA JUSTICIA COMO COARTADA


Curioso país este nuestro, en el que las fachadas de los edificios que albergan tribunales son más conocidas por quienes siguen la actualidad a través de los telediarios que muchos monumentos y paisajes. Curioso país en el que los niños podrían coleccionar cromos, me extraña que a nadie se le haya ocurrido, de jueces y tribunales, en vez de hacerlo con los rostros de los futbolistas y los escudos de sus equipos.
Vivimos en un país en el que, pese a llevar a cuestas la peor de las famas, la justicia es siempre, si no el último recurso, sí la gran coartada para quienes no quieren asumir sus responsabilidades y sí que sean otros quienes las asuman por ellos. En este país, especialmente desde que Federico Trillo asumió el papel de "trotajuzgados" del PP, llevando a los tribunales todo aquello que su partido era incapaz de ganar en buena lid en el parlamento, todo acaba en los juzgados, desde lo más insignificante a los asuntos más trascendentes.
Así, por ejemplo, el estatut aprobado por el Parlament de Catalunya, refrendado por la mayoría de los catalanes, respaldado por la mayoría del Congreso de los Diputados y firmado por el rey Juan Carlos, acabó en el Tribunal Constitucional que, después de años de discusión limó tanto sus presuntas aristas que, en algunos aspectos, lo dejó más romo, incluso, que los estatutos de Andalucía o Extremadura. Todo un triunfo para el PP que, desaparecida la amenaza de ETA, había hecho del enfrentamiento con Cataluña su razón de existir y la coartada para todos sus excesos. Mal asunto, porque, a veces, la ley se queda en papel y llena de insatisfacción a quienes nos vemos sometidos a ella.
No es la primera vez que digo que desde aquel "Pacto por la Justicia", que, con Zapatero aún en la oposición, el luego ministro Juan Fernando López Aguilar firmó con el PP en aras del talante, sin caer en la cuenta de que estaba entregando a Aznar y os suyos las llaves de casi todos los tribunales, permitiéndole sentar en ellos a "sus" magistrados a la espera de que tan alta dignidad, ese broche en sus carreras, les fuese oportunamente "cobrada".
Quizá por eso, por saberse bien representado en todas las instancias, Mariano Rajoy ha dejado que todo se pudra entre sus manos, sin tomar decisiones, sin mancharse las manos, como un Pilatos de este siglo que, antes de sentarse a dialogar con sus adversarios, opta por llevar las disputas a los juzgados, a sabiendas de que en ellos se alargan los plazos y se diluyen las responsabilidades.
Lo hemos visto en todos y cada uno de los casos de corrupción en que su partido o su gobierno se han visto implicados. Lo estamos viendo en el Parament de Cataluña, en el que, en lugar de hablar para encontrar soluciones, se optó por llevar ante los tribunales a los responsables del imposible en que se ha convertido esa autonomía, con peticiones fiscales gravísimas, legales o no, arriesgando su prisión y, por lógica, el conflicto callejero con sus votantes. En cualquier caso, una mala, una cobarde solución, que tardaremos años en pagar.
Lo peor es que la actitud de Rajoy ha creado estilo y ya son muchos, lo hace cualquiera, quienes, en lugar de asumir sus responsabilidades, optan hipócritamente por lavarse las manos en la fuente de la Justicia, en lugar de cumplir con las responsabilidades para las que han sido elegidos. Lo acabamos de ver en el tenebroso asunto de la Universidad Rey Juan Carlos, que se ha dejado convertir en nido de chiringuitos clientelares, en los que, según quién seas, previo pago de las correspondientes tasas, te envían el título a casa, sin más esfuerzo que alguna que otra foto. Su rector, después de dar por buena en solemne rueda de prensa la versión de Cristina Cifuentes, agobiado por las evidencias que la desmentían puso en marcha una investigación interna, con la CRUE como testigo o como coartada, de la que se desprende como resultado la existencia de gravísimas irregularidades en ese y otros casos. Suficiente para castigar, incluso con la expulsión, a los profesores responsables de la trampa. Pero, como perro no come perro, en vez de asumir la capacidad disciplinaria que tienen, esperarán a lo que digan los tribunales. O sea, poner a la Justicia como coartada.

miércoles, 11 de abril de 2018

LOS CHICOS SIN LAS CHICAS


El tribunal Constitucional va a avalar que con mis impuestos y en los colegios privados concertados, uno de los grandes negocios de la iglesia católica, niños y niñas puedan ser segregados. O sea, que los niños vayan a colegios sólo de niñas y las niñas a colegios sólo de niñas. A mí, que incluso me parece mal que, sin tener que pagarlo de mi bolsillo, se divida a la infancia en función de si hacen "pis" de pie o sentados, lo del Constitucional me parece un paso atrás de varias décadas.
No sé qué tratan de evitar o conseguir quienes quieren que los niños se eduquen separados de las niñas. Me lo tienen que explicar, porque yo, que fui a un colegio sin niñas, siempre he creído que a mi educación le faltaba algo. No sé qué pretenden impidiendo que los niños sean conscientes de que sus compañeros, pese a sus diferencias fisiológicas incontestables son iguales a ellos, capaces de dar patadas a un balón o de subir a pulso una cuerda, o no, porque yo, chico entre los chicos, nunca fui capaz de hacer con arte o uno ni de intentar siquiera lo otro.
No sé si son cuestiones morales las que llevan a algunos padres a buscar para sus hijos esa educación segregada, no sé si saben que, para eso que dicen querer evitar, bastan unos minutos fuera del colegio, en la calle y que, educados lejos unos de las otras quizá cojan "eso" con más ganas, al tiempo que con menos información y experiencia. No creo que sea sólo esa la causa de tal separación. Más bien me inclino a pensar que se trata de prejuicios ideológicos, la religión no es más que ideología, de que quienes admiten y con su decisión tratan de perpetuar la discriminación de las mujeres frente a los
hombres.
Yo que hasta que llegué a la universidad no tuve compañeras reconozco que tuve una desastrosa educación sentimental: las chicas me daban miedo, como da miedo lo desconocido, no hablemos ya de la "llamada de la naturaleza", de ese momento deseado y temido también que, antes o después, me había de llegar.
Supongo que lo mío no era sólo por haberme educado en un colegio de barrio, en el que, a falta de otras experiencias, alguna que otra profesora podían convertirse en inalcanzables mitos eróticos, no me cabe duda de que la rancia España en la que me tocó crecer no ayudaba mucho, porque tampoco me llegaba de casa la información que antes o después iba a necesitar. En todo caso, algún que otro libro de presunta educación sexual como ese nefasto “Diario de Daniel" que no hacía más que mezclar el deseo con la culpa, fabricando una pasta indigesta que a más de uno le generó traumas. 
En todo caso, tampoco tengo muchos motivos para quejarme, porque, por lo que haya sido, creo que fundamentalmente por la presencia de los amigos, y porque, como chico, no tuve que pasar por la ñoñería y los traumas inducidos que pasaban las niñas, castigadas con sus pechos y su regla, no me convertí en un ñoño lleno de granos incapaz de hablar con una chica. Fue gracias a esos amigos, a la literatura y al cine que, como muchos españoles de mi edad eduqué mis sentimientos y que moldeé mi carácter, no sé si bien, y aprendí a formar mi criterio en casi todo.
Por eso para mi hija quise un colegio público y de barrio, mixto "como mandaba la ley, en el que ella, sin perder un ápice de su "feminidad" supo ver a los chicos como compañeros y amigos, algunos muy fieles, y aprendió a reírse de los prejuicios y algunos miedos innecesarios que, desde otros colegios, los religiosos se inoculan a los niños y especialmente a las niñas.
Mi hija nunca tuvo que ver el grabado que yo si vi, ese u otro parecido, en algún libro de su abuelo y mis tíos. Ese abominable demonio buscando en el baile la virtud de las doncellas. Mi hija se educó con niños y niñas de todos los orígenes y todos los colores y eligió de entre ellos a sus amigos y sus amigas y, lo que es más importante, adquirió las herramientas para ser feliz.
Por eso me revelo contra la que será decisión del Tribunal Constitucional, por eso creo que para no volver a la ridícula sociedad que, corregida y aumentada, se retrata en la película de Los Bravos, los chicos con las chicas tienen que estar.

martes, 10 de abril de 2018

LA UNIVERSIDAD DEL PP


Vayan por delante mi agradecimiento y mi más sincera admiración al Instituto de Derecho Público de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid por haber desplazado de los titulares y de las portadas todo lo relacionado con el procés y con ese juego perverso en que se está convirtiendo la formación de un gobierno legal y viable para Cataluña, puesta en libertad de Puigdemont incluida. Admiración y agradecimiento por haber conseguido lo que hace sólo tres semanas parecía imposible: escribir el guion de un culebrón que lo mismo interesa a catedráticos de universidad que a los viajeros del Metro o a quienes desayunan en los bares.
Pero no nos equivoquemos, este culebrón que nació casi con la primavera no es un raro accidente, no es sólo una anécdota, este culebrón consecuencia directa de cómo entienden en el Partido Popular la sociedad y el papel que en ella debe cumplir la universidad. Un papel que, a la vista de cómo han tratado a la universidad y los universitarios allá donde han gobernado y gobiernan, es bien distinto del que yo, alumno hace casi medio siglo y profesor durante seis años hace dos décadas, había pensado.
Mis padres, propietarios de un pequeño comercio, trabajaron toda su vida y requirieron de nuestro trabajo adolescente para dar carrera a cuatro hijos y lo consiguieron. 
Nosotros, mis hermanos y yo, con esos estudios, conseguimos ascender un escalón en la sociedad, un médico, dos periodistas, Miguel fallecido demasiado joven y muy brillante, y una farmacéutica. Con esas herramientas, salvo yo que preferí quedarme, pudimos salir del barrio en que crecimos y acceder a trabajos, cuando menos interesantes durante un tiempo. Y así, como nosotros, decenas de miles, si no centenares de ciudadanos como yo y mis hermanos pudimos alcanzar, al menos en parte, nuestros sueños, recompensando así el esfuerzo de nuestros padres.
En el PP, el de las cafeterías del barrio de Salamanca, esa universidad que nos dio títulos a mí y mis hermanos nunca gustó, porque se vio como una amenaza. De qué, como diría un castizo, el hijo de una portera podía llegar a ser tan abogado, tan cirujano, tan ingeniero o tan notario como los suyos. No digamos ya, de qué tenían que pagarles la carrera a esos que luego iban a tener delante en las gradas del Congreso o cualquier parlamento autonómico.
La cosa no podía seguir así. Con las becas, con las universidades cercanas, con los campus en la periferia de las grandes ciudades, a un viaje de autobús o un paseo, los títulos, las carreras, de sus hijos se estaban devaluando. Sólo pagando carísimas y prestigiosas universidades en el extranjero, y no todos podían, se marcaría la diferencia. Había que hacer algo y lo hicieron: dinamitaron el modelo de universidad del que yo, mis padres y mis vecinos estábamos tan orgullosos.
Por eso recortaron las becas, degradaron los títulos, partiendo las licenciaturas en grados y másteres, dejando los grados para la gran masa, sin posibilidades laborales y sin futuro, salvo que a esos grados se sumasen los másteres, caros y exclusivos, inasequibles para quienes no toman los domingos los pasteles de las confiterías de la calle Goya y sólo accesibles económicamente si se compatibilizan con un trabajo que difícilmente se encuentra. Una estrategia perfectamente calculada y perversa que, a las familias no tan pudientes, les ponía otra vez ante el viejo dilema de Cabrera Infante "Cine o Sardina", transformado en "comida de calidad, vacaciones y ropa nueva o carrera".
Dicho y hecho. Pero, por si fuera poco, había que adornar también los currículos, los nuevos escudos de armas, de los suyos con esos títulos de nueva creación, los másteres, sobre materias tan raras como exclusivas, a veces perfectamente inútiles, si no se está ya a bordo del autobús del poder. Másteres que, lo estamos viendo, se envolvían en papel de regalo o en celofán y, con lazos, se enviaban a la sede del partido y los organismos colonizados, sin molestias ni esfuerzo. Dicho y hecho, pero no sólo eso, porque, en los planes de la presunta inocente Cristina Cifuentes, estaba sacar adelante una nueva ley de universidades que posibilitaba la designación a dedo del profesorado, convirtiendo lo que ha sido nuestro sueño y uno de los grandes éxitos de la democracia española en un enorme Instituto de Derecho Público, en el que se fabrican títulos para los de siempre, abriendo otra vez la odiosa brecha académica del franquismo. Eso y no otra cosa es lo que significa para el PP la universidad, un foso, otro, que les separe de los de abajo, por muy inteligentes que sean, que, además, para algunos se convierte en negocio.

lunes, 9 de abril de 2018

SÓLO COREOGRAFÍA


A Cristina Cifuentes, colgada como estaba de la brocha de su máster mentiroso, sólo le quedaba una salida, la de peregrinar a ese Lourdes particular y sevillano, coreografiado a imagen y semejanza de tantos y tantos otros Lourdes "made in Correa, made in Gürtel", con los que, el PP capeaba temporales y recuperaba aliento y brillo en otros tiempos.
El viernes, hace sólo tres días, dejamos a Cifuentes bajo mínimos. Nadie daba un duro por ella y, si no lo daba, era porque, una a una, todas sus excusas, todas sus mentiras, se habían ido desmontando mediante evidencias y, sobre todo, gracias a la dignidad recuperada tardíamente por la profesora Gómez de los Mozos que, entre lágrimas, echó por tierra la coartada que sus "jefes", está por ver cuántos y quiénes, habían fabricado para Cristina Cifuentes y su presunta inocencia.
Al menos eso creíamos quienes no estábamos al tanto de las negociaciones que, entre bambalinas, estaba llevando a cabo la todavía presidenta madrileña con el todavía presidente del Gobierno y del PP, negociaciones en las que, con mucho tiento y mesura, se pactaron las presencias, las menciones, los abrazos y los aplausos del fin de semana. También lo creíamos quienes no estábamos al tanto de la "contravigilancia" emprendida por el PP y los suyos, repasando los expedientes académicos de sus adversarios, repasando currículos, mirando títulos del revés y del derecho, escudriñando, en fin, el infinito, a la búsqueda de falsedades y maquillaje con las que atenuar la gravedad de todos los pasos tan torpemente dados por Cifuentes.
El trabajo ha debido ser arduo pero, al final, ha dado resultado, porque un redactor de EL MUNDO, traicionando la confianza que en él había depositado, señaló a un profesor de la Universidad Rey Juan Carlos como la "garganta profunda" que reveló a diario.es los pormenores de la fraudulenta obtención del máster de Cifuentes, y lo señaló como señalan a los autores de una travesura los niños deseosos de "chivarse" de sus compañeros, sin dar su nombre, aunque sí la inicial de su apellido, su estatus y la "reveladora" circunstancia de su militancia socialista.
A este clavo, calentado a soplete por la prensa amiga, se han agarrado Cifuentes y su partido, para, en su más rancio estilo, descubrir tramas y conspiraciones y para acusar al PSOE y sus dirigentes de usar esa información en beneficio propio más depurado, convirtiendo a este profesor en el único culpable, con la connivencia, eso sí, de los dirigentes de su partido, del escándalo que nos ocupa, algo así como culpar a los periodistas Woodward y Bernstein, redactores del Washington Post, junto a su fuente, el funcionario que se hacía llamar "garganta profunda", en culpables de la dimisión de Richard Nixon, el presidente que mandó a una panda de mafiosos a reventar y registrar, en el edificio Watergate las oficinas electorales del Partido Demócrata.
Pues, ni cortos ni perezosos es eso lo que han hecho, no sin antes elaborar una alambicada fórmula para describir las fechorías de Cristina Cifuentes en la Universidad Rey Juan Carlos: "se matriculó, cursó y obtuvo el máster". Una fórmula en la que no se habla de plazos, de asistencia, de exámenes ni de trabajos, mucho menos de tribunales inexistentes, una fórmula empleada ya por todos los que se dignaron hablar del asunto, desde la misma Cifuentes al sibilino Núñez Feijoo, gallego en su máxima expresión.
No es de extrañar que, el domingo, la presidenta madrileña, una mueca el viernes de la mueca que ya de por sí es, el domingo, tras los aplausos, los besos y las informaciones sesgadas de EL MUNDO, se transformase en la mujer sonriente y juguetona que se permite esfumarse entre la nube de periodistas, no con la cara de acelga de días anteriores sino con la mejor de sus sonrisas.
Cifuentes necesitaba un milagro, si no para salvar su carrera, sí para mantenerse un poco más en el despacho de la Puerta del Sol, y el milagro acabó por materializarse convenientemente fabricado y coreografiado desde las cloacas y la sala de máquinas de su partido. Aun así, no hay que olvidar que tan ágil, escurridiza y ambiciosa señora tiene, esta mañana y hasta las doce, otro máster que aprobar: el que, en contra de su opinión, pero forzada por Ciudadanos, la colocará ante una comisión de investigación en la Asamblea de Madrid en la que, no lo dudéis, por más coreografía y aplausos que medien, la pondrán, a ella y a su máster, como chupa de dómine.

viernes, 6 de abril de 2018

LOS PELOS DE PUNTA


El de hoy está siendo uno de esos días en que me da pánico que la radio despertador se conecte y comience a contarme lo estúpida, lo mentirosa y lo despreciable que es la mayor parte de la clase política de este país, capaz de enredarse en dimes y diretes, versiones y más versiones de una verdad que, casi por definición, sólo puede ser una, olvidando, y eso sí que es grave, los problemas reales de la gente que cada cuatro años confía o se resigna a confiar en ellos y, con sus impuestos y su esfuerzo, paga sus sueldos.
La de ayer fue una tarde digna, más que del camarote de los Hermanos Marx, de alguna comedia de los Monty Python, porque, si en casi todo el cine de Terry Gillian abundan el ridículo y los personajes "pasmaos", como el rey de Torrente, en la política española, de ridículos y pasmados vamos más que sobrados.
No quiero ni imaginar la reacción del gobierno español, especialmente la de su ministro de Justicia, Rafael Catalá, ocupado durante toda la mañana de defender la honestidad de la presunta inocente Cristina Cifuentes, cuando se enteraron, se enteró, de que el tribunal del pequeño estado alemán en que fue detenido el fugitivo Puigdemont rechaza el delito de rebelión incluido en la euroorden con la que se pretendía su extradición. Los imagino como en un hormiguero recién pisoteado, empeñados en la evaluación de los daños y la reconstrucción de las galerías, si es que aún es posible, correteando de despacho en despacho, de teléfono en teléfono, en una escena parecida a la que tantas veces he vivido en la redacción de la SER, cuando, ante algunos acontecimientos, anteponía la cantidad a la eficacia y la calidad.
A estas horas, de confirmarse el pronóstico de la mayoría de juristas a quienes he podido escuchar, la ofensiva judicial del gobierno contra los líderes del soberanismo se habrá desmoronado, porque, si la justicia alemana entrega al detenido y lo hace sólo por el delito de extradición, no sólo quedará en libertad tras ser presentado ante el juez español, Llarena por más señas, sino que éste se verá obligado por coherencia a poner en libertad a “los jordis”, Junqueras y el resto de encarcelados. Todo un vuelco que obligará a los unos, los políticos catalanes, soberanistas o no, y a los otros, Rajoy, pero no sólo Rajoy, a ponerse a trabajar, a dejarse de bravuconadas y trampas y hacer, por fin, eso para lo que les pagamos: política.
Lo peor de todo es que, casi al mismo tiempo y ante la evidencia de que el máster que presuntamente consiguió la presidenta de la Comunidad de Madrid y también presunta inocente Cristina Cifuentes, de haber existido, debe estar perdido en el orinal en el que la cúpula de la Universidad Rey Juan Carlos vacía su dignidad, flotando entre mentiras, coacciones y servilismos.
Ni veinticuatro horas le ha durado a la presidenta, la tranquilidad. Una tarde y una mañana, lo justo para que la presidenta del inexistente tribunal que evaluó su improbable trabajo se desmoronase ante los investigadores de la causa en la universidad y confesase que ni presidió tal tribunal ni firmó el acta exhibida por Cifuentes. Y lo hizo ella, con plaza en propiedad, mientras sus dos compañeras, sin esa plaza en propiedad, se ausentaron con la excusa de una depresión sobrevenida.
Hoy, hace apenas dos horas, ha sido el propio director del máster, el catedrático Enrique Álvarez Conde, ha reconocido ante los micrófonos de Onda Cero que fabricó el acta en cuestión por orden del rector, el de aquella ridícula rueda de prensa que "todo lo aclaraba" y que tuvo sólo tres horas para hacerlo, "reconstruirla" en palabras suyas.
No sé en qué acabarán una y otra historia. En ambas Ciudadanos juega un papel importante, porque que Cifuentes se vaya a su casa de la calle Malasaña depende se sus diputados en la Asamblea de Madrid y que se desbloquee la política catalana tiene también que ver con que acaben los vetos y las intransigencias de los soberanistas, pero, también, de Arrimada y los suyos.
Mientras tanto, yo, aquí, temiendo encender la radio y con los pelos de punta.

jueves, 5 de abril de 2018

MAQUILLAJE DOCUMENTAL


Ayer, Cristina Cifuentes, como la rubia profesional que dice ser, acudió a la Asamblea de Madrid, a la que, aunque parezca tener dudas, debe el respeto que no mostró, luciendo uno de sus muchísimos  modelitos, con su pelo, pobre y castigado por el tinte, de rata, que diría mi madre, recogido en una coleta de esas que dan dolor de cabeza, con unos largos pendientes hipnotizantes, los ojos, chiquitines, con las pestañas más que resaltadas, sobrecargadas, la boca requetepintada y nada discreta, al igual que las uñas de esas manos que acabarían sujetando no uno ni dos ni tres, sino bastantes más, documentos que creía salvadores,  se presentó, en fin, mitad Caperucita, mitad Cruella. para tratar de pasar con bien el examen de todos los torpes pasos que, desde que se supo de la manipulación de las notas de su máster.
Además, del maquillaje y de su impostación, primero como víctima y como agresiva y vociferante verdulera, con perdón de las señoras con tan noble oficio, después, además de esta teatralización a la que traicionó la soberbia, insisto, la señora Cifuentes recurrió a la exhibición de toda una serie de papeles, presuntamente oficiales y compulsados unos, sacados de los buzones del correo electrónico de profesores, alumnos y funcionarios, supongo que afines, otros, con el fin de maquillar o intentarlo al menos, su caótico y quizá virtual paso por la Universidad Rey Juan Carlos.  
Lo intentó pero, al menos en mi opinión y la de muchos, no lo consiguió, porque, pese a la claque que, como un solo hombre, aplaudía a la señal correspondientes los pasajes oportunamente señalados de su discurso, la exhibición de papeles insignificantes, algunos con la tinta aún fresca, a esa distancia y sin otro aval que el de quienes, estando bajo sospecha, los han puesto en sus manos, no aclaró nada, salvo el merdé en que se ha convertido una universidad nacida de parte, para calmar los celos que la progresista Carlos III produjo en el PP. Poco más que eso consiguió, eso y bajarle los pantalones a la cúpula de la Rey Juan Carlos, que, hasta que no esclarezca y depure lo que ha pasado, paseará sus vergüenzas ante el mundo académico.
Sin embargo, la comparecencia de la presidente ante el pleno de la Asamblea sirvió también para que nos enterásemos de lo poquito que vale el portavoz del Grupo Popular, Enrique Osorio, incapaz de nada que no fuese el "y tú más", con el aspersor de mierda a tope, de lo que aún le impone al inequívocamente honrado Ángel Gabilondo leer un discurso ante el pleno, de lo previsible de la portavoz de Podemos y, sobre todo, de las dos caras de Ciudadanos, capaz de ladrar a la presidenta con un discurso sólido y bien expuesto, mientras le menea el rabo, alargando en el tiempo su caída al proponer una comisión de investigación tan lejana como inútil.  Para eso y para escuchar, en una cámara habitualmente tan chabacana, estas palabras de Rousseau tan apropiadas para el momento: "las mentiras no sólo se contradicen con la verdad sino que, cuando son muchas, se contradicen entre sí"
De eso fue el pleno de ayer, de maquillaje, de cómo esconder las miserias de unos y otros, de cómo parecer más alto y más guapo de lo que en realidad se es. de cómo invocar el interés público y la decencia, mientras se busca en las cloacas de una universidad un título que se desprecia a cambio de nada, porque, salvo que Cifuentes sea capaz de probar lo contrario, a su máster, sin asistencia a clase, sin exámenes, sin trabajo final, sólo le faltó haberlo comprado y recibido por Amazon.
Maquillaje y más maquillaje para esconder el rostro de la verdad, aunque conviene no olvidar que también se maquillan los cadáveres.

miércoles, 4 de abril de 2018

TORPE, TORPE, MUY TORPE


A estas alturas del escándalo creado por el dudoso máster obtenido por Cristina Cifuentes, me pregunto qué puede llevar a quién ocupa la cúpula del poder político en Madrid a enfangarse de la manera que lo ha hecho la presidenta madrileña. No lo sé ni me lo puedo imaginar, quizá es una cuestión de diván para psicólogos, pero, la verdad, a mi corto entender ese máster en algo que, a quien ha presidido el gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid, debiera dársele por supuesto o por convalidado. Quizá sea como los pendientes que llaman desde un escaparate o el último modelo exhibido en el concesionario de una marca automovilística de lujo. Lo cierto es que el broche que Cristina Cifuentes ha querido poner a su currículum, más que broche ha sido un desgarro o, en todo caso, un borrón imposible ya de blanquear.
Esta tarde, a las cuatro y media y a regañadientes, Cristina Cifuentes tiene la difícil misión, imposible diría yo, de lavar su nombre, su prestigio y, de paso, el de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, creada a imagen y semejanza del Partido Popular, considerada por algunos como refugio y fábrica de títulos para los militantes del partido.
En primer lugar, Cifuentes tendría que explicar por qué a ella, que está al frente de la administración autonómica madrileña le está resultando tan difícil hasta ahora presentar la documentación oficial, no fotocopias o descargas sin compulsar, que acredite la formación que dice haber recibido y está por ver si algún día lo consigue.
A lo largo de estas dos semanas hemos centrado nuestra atención en el desaparecido trabajo fin de máster, un hecho gravísimo, si es que como parece nunca existió, para, poco a poco, caer, de la mano de los autores de la información de eldiario.es en otros detalles que, no sólo no aclaran lo ocurrido, sino que abren nuevas incógnitas, tan graves o más que las ya abiertas, preguntas que revelan trampas de unos y otros que afectan, no ya al prestigio de Cifuentes, sino, de paso, al de la Universidad Rey Juan Carlos, incapaz de resolver por sí sola el embrollo, sino el futuro laboral y penal de quienes, todo indica que así ha sido, han ayudado a "fabricar" este máster fantasma de la tan dicharachera y "rubia" dirigente del PP madrileño.
Hoy ha sido El Confidencial, tomando el relevo a eldiario.es, quien ha revelado un escalofriante dato: dos de las tres firmas que figuran al pie de la presunta acta exhibida por Cifuentes horas después de que se hiciese público el escándalo, acta que acreditaría la reunión en la que se evaluó a Cifuentes, son falsas, Por si fuera poco, también se sabe de una reunión en un despacho de abogados, entre las dos profesoras a quienes se falsificó la firma y un tercer profesor para elaborar una única versión de los hechos, algo lógico, porque, de confirmarse lo publicado por El Confidencial, el futuro académico y quién sabe si penal de los implicados estaría en juego.
Lo que está claro es que, desde que, tras una vergonzante campaña de la prensa de la derecha Leguina perdió el gobierno de la Comunidad de Madrid, parece que un gafe ha caído sobre quienes ocuparon su despacho, incluido Rafael Simancas que ni tan siquiera llegó a pisarlo. El resto, Ruiz Gallardón, Esperanza Aguirre, Ignacio González y, ahora, Cristina Cifuentes han acabado o van a acabar muy mal por culpa de los escándalos y la justicia.
Cifuentes podría haber acabado su mandato con mayores o menores dificultades, pero la aparición de este escándalo del máster y, sobre todo, su inútil defensa, sus trampas, su silencio y, por qué callarlo, su chulería, van camino de acabar con su carrera política, con el futuro que estaba preparándose en la docencia universitaria, porque quién va a dejarse examinar por un personaje así, con el prestigio de la Universidad Rey Juan Carlos, con el de su consejero de Educación, incapaz de explicar con solvencia lo ocurrido y con la carrera de más de un profesor y más de un funcionario que han faltado a su sagrado deber de custodia de verdades y documentos que son de todos.
Cristina Cifuentes, tan lista que se cree y tan soberbia que se muestra, ha sido torpe, torpe, muy torpe.

martes, 3 de abril de 2018

ENCEFALOGRAMA PLANO


El PP se comporta desde hace meses como esos viejos boxeadores pasados de años y de kilos que se mueven en el ring más por oficio y gestos aprendidos que conscientes del rival que tienen enfrente, y no parece que, desde luego, que esa sea la mejor estrategia ahora que tiene enfrente, no a su enemigo de siempre, del que tiene aprendidos los golpes y la esgrima, sino a tres o cuatro al mismo tiempo, con otro ritmo y otros estilos, a los que ni tan siquiera es capaz de medir la distancia.
Lo que parece claro es que, en algún momento de ese combate tan desigual, más, acostumbrado como estaba a la lucha fácil, al PP le han "arreado" un guantazo en condiciones o quizá más de uno que han hecho bailar su cerebro, con sus recuerdos y experiencias, dentro del cráneo, alterando las señales que recibe del exterior y entorpeciendo, si no confundiendo, las reacciones que debiera tener.
Qué es, si no la reacción confusa de un boxeador sonado la propuesta hecha ayer por el vicesecretario de política social y sectorial del PP, Javier Maroto, que en su comparecencia de ayer lanzó sus puños de forma alocada y completamente inútil contra todo lo que se movía, en una intervención absurda y desenfocada que en nada beneficia a su partido. Maroto tuvo, por ejemplo, la brillante idea de pedir al PSOE que le prestase el voto de cinco de sus diputados, los mismos que le niega el PNV, para aprobar los que, con un descaro de proporciones bíblicas, calificó como "los presupuestos más sociales de la historia de la democracia" el trampeado proyecto que pretende presentar al Congreso, si es que al fin es capaz de encontrar los cinco votos que complementen el apoyo que sus parientes ideológicos de Ciudadanos ya le han garantizado.
Hace falta estar mal, o despistado, para llegar a pensar, por mucho que haya cinco o más diputados socialistas dispuestos a hacerlo, que el PSOE vaya a darle la llave para aprobar estos presupuestos que, por más que se empeñe Maroto, no hacen otra cosa que consagrar la injusticia en el reparto de la recuperación, en el que, salvo el caramelo bien ganado por los pensionistas levantados en las calle, da alas al beneficio de multinacionales y grandes propietarios, olvidándose de quienes lo perdieron todo o casi todo a consecuencia de la crisis.
Por si fuera poco, el torpe vicesecretario de política "social" y sectorial del PP no perdió la ocasión para, a propósito del anuncio de su próxima paternidad / maternidad, arremeter contra Pablo Iglesias e Irene Montero, a los que acusó de controlar como pareja un partido que nació con idea de asamblea, como si en el PP no hubiese en su partido casos flagrantes de nepotismo, compadreo y no sé cuántas aberraciones democráticas más. 
En fin y al margen del culebrón de Cifuentes y su máster y las consecuencias que podría tener su comparecencia mañana en la Asamblea de Madrid, si lo de ayer es lo mejor que puede subir al ring el Partido Popular, más le vale tirar la toalla y dejar el combate para restañar sus heridas y, sobre todo, hacerse mirar a conciencia, porque el encefalograma que presenta es ahora más bien plano.

lunes, 2 de abril de 2018

SÉ TODOS LOS CUENTOS


Lo escribió León Felipe, poeta maltratado por unos y por otros, lo escribió hace muchos años como reproche y advertencia, pero sigue siendo válido, sigue estando vigente: "Yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo que he visto". Y lo que ha visto el poeta, lo que todos, si dejamos de lado el egoísmo y la ceguera que antes o después nos inoculan, como a ruiseñores a los que se ciega cruelmente para adornar con su canto la soberbia del amo, es que nos callan, nos ahogan, nos duermen y nos entierran con cuentos.
A los españoles nos toca ahora bracear y tomar aire para sobrevivir en el torbellino en que se ha convertido el sumidero de los "años Rajoy", años que los jardineros desalmados subcontratados por la Unión Europea han arreglado el jardín español, podando nuestro bienestar, nuestro futuro y nuestra felicidad, para acomodarlo a los gustos y necesidades del gran capital, verdadero líder europeo.
Nos han contado siempre los mismos cuentos. El del patriotismo, por ejemplo, repetido una y otra vez a los dos lados del Ebro, cuando deberíamos saber, los de aquí y los de allá, que el patriotismo no es más que otro cuento, con distintos protagonistas, en distintas lenguas, que nos cuentan los ricos, los poderosos, para que el resto, los demás, las víctimas de ésta y otras crisis, defendamos con nuestras lágrimas y nuestra sangre sus riquezas.
Siempre nos cuentan los mismos cuentos y no debemos creerles, porque es más lo que tienen en común un obrero de la SEAT o un jornalero andaluz, Rajoy o Puigdemont, que lo que une a ese obrero o ese jornalero con el ex president encarcelado o con el gallego impasible. Nos distraen con los cuentos de héroes, cristos y banderas, mientras meten sus manos en nuestros bolsillos para, con sus triquiñuelas, quedarse con lo que es nuestro.
Hace menos de una semana, Los de Albert Rivera y los de Rajoy competían por llevarse al agua el gato de esos mágicos presupuestos, en los que, con rebajas fiscales increíbles, con menos impuestos y con menos españoles pagándolos, se iba a repartir más riqueza, se iban a fomentar la natalidad, la conciliación y no sé cuántas cosas más.
Se nos dijo también con firmeza, nos lo dijo ella, sin rubor y casi de madrugada, que lo del máster de Cristina Cifuentes era una cacería, porque la presidenta madrileña, que debe tener el don de la ubicuidad, había ido a clase, había hecho los exámenes y los trabajos y tenía papeles para acreditarlo.
Pero las mentiras tienen las patas muy cortas y ésta es la hora en que la presunta inocente que preside la Comunidad de Madrid aún no ha presentado nada y quien ha tenido el tiempo y la paciencia necesarios para estudiarlos ha podido comprobar que, en los presupuestos aún por aprobar n hay magia alguna sino falacias y muchos "quítame de aquí para ponerme allá", siempre en perjuicio de los de abajo y a favor de los de arriba, porque ellos, el gobierno y los de arriba tienen y , si no hacemos algo, seguirán teniendo muy claro que lo suyo es sólo de ellos y lo de los demás, de todos.
Tenemos que aprender, de una vez por todas, que, cuando nos dicen a bombo y platillo que nos bajan los impuestos, aún a costa de aumentar el déficit, si es que tal rebaja es efectiva, lo hacen para justificar que se los bajan, esta vez sí, de manera efectiva a sus amigos los ricos, sean los de la casa de Alba o multinacionales.
Que no nos engañen otra vez, ya lo han hecho muchas veces, Por eso, aprendamos la lección del poeta que hace ya mucho escribió "Yo no sé muchas cosas, es verdad, pero me han dormido con todos los cuentos... y sé todos los cuentos".